Ana Laura Mejía, joven periodista que labora en un medio televisivo, nunca se imaginó que algo tan rutinario como llevar a lavar su carro pudiera convertirse en una amarga experiencia.
Eso fue lo que le ocurrió en junio pasado, cuando tras ingresar al lavado de autos un perro de raza pitbull se le echó encima.
“El perro estaba encadenado y yo creía que la cadena era corta, pero en realidad era tan larga que el perro podía ir a cualquier parte del negocio”, relata.
“El perro se lanzó contra mí buscando mi rostro, e instintivamente coloqué mi brazo para protegerme; pero no me soltaba”.
Cuando finalmente lo hizo, el daño ya estaba hecho. Su brazo presentaba un gran corte en el lugar donde el animal le había hincado la dentadura.
Por fortuna para ella, los cirujanos plásticos que la atendieron no solo salvaron su brazo, sino que hicieron tan buen trabajo que las cicatrices que le quedaron apenas se notan.
Tuvo, eso sí, que recurrir a instancias legales para que la persona dueña del perro que la atacó se responsabilizara del gasto de los medicamentos que necesitaba para su recuperación.Pero las heridas más profundas no fueron físicas, sino psicológicas.
“He quedado con temor”, dice, y añade que “es un miedo que uno empieza a sudar helado y vuelve a recordar ese momento”.
Reconoce que necesita cuidado psicológico para poder superar el trauma. Aunque ante la cámara se muestra profesional, el mal recuerdo todavía la persigue.“Es algo terrible, el dolor es insoportable”.
