El orden de la vida

Pero la política insiste en hablar como si ese orden no existiera.

  • 22 de noviembre de 2025 a las 00:00 -

A ocho días de las elecciones, hay un silencio que siempre llega antes de las decisiones importantes. Es ese momento en que cada familia repasa su propia vida y descubre que, más allá de los partidos o los colores, todos hemos recorrido la misma ruta silenciosa: primero la salud, luego la educación, después el empleo, más tarde la seguridad y, al final, la dolorosa certeza de que la corrupción explica demasiadas cosas que nunca debieron fallar.

Uno recuerda escenas que nunca aparecen en campaña: la madre que aguarda una medicina que no llega, el niño que levanta la vista hacia el techo roto de su aula, el joven que camina de madrugada sin saber si regresará a casa, la familia que estira el dinero con la esperanza de que alcance hasta fin de mes.

Y también ese momento de madurez en el que, casi sin quererlo, uno entiende que la corrupción no es una palabra lejana, sino la sombra silenciosa que estuvo presente en cada una de esas escenas.

Ese es el orden que la vida impone. Así hemos crecido, trabajado, perdido y resistido. Pero la política insiste en hablar como si ese orden no existiera. Comienza donde le conviene, no donde realmente duele. Promete desde arriba mientras la gente vive desde abajo. Por eso hay un país que habla y otro que escucha, sin reconocerse entre sí.

En esta última semana, la gente no busca discursos brillantes. Busca a alguien que entienda su historia. Alguien que sepa que la vida no empieza en la seguridad, sino en la salud; que no hay empleo sin educación; que no hay tranquilidad sin justicia; que no hay futuro si la corrupción sigue siendo la explicación para todos los retrocesos.

El voto, esta vez, nace de algo más personal: de recordar por qué hemos resistido, qué hemos tenido que aprender a la fuerza, cuánto hemos trabajado para sostener lo poco que tenemos y qué esperanza todavía guardamos.

No buscamos milagros ni figuras providenciales. Solo alguien capaz de respetar el orden real de la vida, ese que todos conocemos y que la política insiste en ignorar.

Porque, al final, gobernar bien no es un misterio. Es empezar donde empieza la gente, atender lo que duele primero y ordenar el país según la lógica de la vida, no según la conveniencia del poder. Todo lo demás, como siempre, es ruido.

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