Hasta luego, abuela

A través de su dedicación a Dios, mi abuela forjó en su prole ciudadanos de bien, pero, sobre todo, personas con sensibilidad espiritual y temor de Dios

  • 19 de septiembre de 2025 a las 23:30 -

Decía Abraham Lincoln: “Nadie es pobre si tiene una madre consagrada a Dios”. Y yo puedo dar fe de esto aplicado al caso de mi abuela, quien enriqueció la vida de mi madre y, por extensión, la nuestra, debido a su entrega sin reservas al amor y servicio de nuestro Señor Jesús.

A través de su dedicación a Dios, mi abuela forjó en su prole ciudadanos de bien, pero, sobre todo, personas con sensibilidad espiritual y temor de Dios, elementos que tanto hacen falta en estos días aciagos.

Bertha Lidia Rodríguez, cariñosamente conocida como “Lila”, nació hace 94 años en el municipio de San Luis, Santa Bárbara. Desde muy joven, se distinguió por su generosidad, humildad y espíritu de servicio.

A pesar de enviudar a la temprana edad de 30 años, ella crio con esfuerzo, ternura y firmeza a sus seis hijos biológicos. Incluso, su corazón noble y compasivo la llevó a abrir su hogar a dos niñas más, a quienes amó y trató como hijas propias, demostrando que la maternidad va mucho más allá de los lazos de sangre.

Ella fue un pilar fundamental en todas las iglesias de las cuales formó parte. Quienes la conocimos, la recordaremos como una mujer valiente, trabajadora y dinámica, siempre lista para hablar de Cristo y compartir su testimonio de fe.

Su hospitalidad era legendaria. Y una de sus virtudes más entrañables era su extraordinaria memoria y atención a los detalles: recordaba cada cumpleaños, cada nombre completo, y cada fecha importante de hijos, nueras, yernos, hermanos, sobrinos, nietos, bisnietos, etc.

Oraba por cada uno de ellos con fervor, y su mayor anhelo era ver a toda su familia entregada a Cristo. Jamás dejaba pasar la oportunidad de hacer una llamada a cada uno.

“Lila” nos dejó el pasado 15 de septiembre, pero su extraordinario legado de fe y amor quedará con nosotros para siempre.

Su huella, aunque en este mundo injusto pase desapercibida para muchos, sin duda que para Dios no es así. Apenas puedo imaginar la apoteósica celebración de bienvenida que recibió en los cielos el día de su muerte.

Descansa en paz, abuela, esperamos alcanzar, aunque sea un poco, tu estatura espiritual. Nos vemos en el cielo.

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