Estuvo recientemente en Tegucigalpa Pep Borrel, un orientador familiar español autor de un libro que, en los últimos meses, ha vendido miles de ejemplares en España y América y que se titula “Bailar en la cocina”. En su libro, Borrel propone una serie de ideas para convertir el matrimonio en una aventura que vale la pena vivir y que se puede disfrutar a tope.
Pero no haré una reseña de “Bailar en la cocina”, sino comentar una idea sobre la que me parece es importante reflexionar, porque tiene mucho fondo en lo que tiene que ver con la convivencia no solo familiar, pero, también, laboral y social.
En este texto se señala que, para aspirar a la felicidad, es necesario “mirar, admirar y dejarse de mirar”. Explico: hay que saber mirar a los demás, admirar a los demás y dejar de mirarse a uno mismo.
Este ejercicio tiene sentido por varias razones. Primero, porque es necesario e importante dirigir la mirada hacia la gente que nos rodea. Cuando nos tomamos el tiempo para observar a la esposa, los hijos, los colegas o los amigos, descubrimos en ellos cualidades y virtudes sobre las que no habíamos caído en cuenta. Esto nos lleva a la siguiente acción: a admirar a la gente con la que interactuamos cotidianamente. Reconocer y admirar las cualidades ajenas exige por lo menos la vivencia de dos virtudes humanas: la humildad y la generosidad. Porque fácil resulta tener conciencia de las propias bondades, pero no siempre nos gusta o estamos dispuestos a “ver ojos bonitos en cara ajena”.
La admiración de las cosas buenas que poseen los demás nos ayuda, entonces, a salir de nosotros mismos, a dejarnos de mirar. Y no hay felicidad auténtica si no abandonamos la autorreferencia, la autocontemplación egoísta; si no dejamos de creernos “el ombligo del mundo”.
Claro está que es saludable reconocer lo bueno que uno tiene, las capacidades naturales o adquiridas, pero corremos el riego de engolfarnos en ellas, hasta llegar a creer que el mundo termina en nuestra particular, y muchas veces minúscula, geografía. Y es complicado convivir con hombres o mujeres cuya divisa de vida es “non plus ultra”, traducido como: fuera de mí no hay nada más grande, ni más inteligente, ni más virtuoso.
Por eso es por lo que la humildad, esa virtud humana con tan mala prensa, es indispensable para vivir y convivir en casa, en la oficina o en el café. Dejemos de mirarnos, pues, y aprendamos a valorar a los demás. La recompensa vendrá pronto de regreso.