No quiero ser aguafiestas, pero, en este punto del año todos buscamos, de alguna manera, hacer una especie de “reseteo” vital que nos lleve por mejores derroteros.
Los vicios, igual que las virtudes, se adquieren por repetición. Así como cada vez que realizamos un acto bueno este se va integrando a nuestra personalidad.
No quiero pensar que este sea un “signo de los tiempos”; es decir, una característica de la cultura contemporánea. Preferiría pensar que es una enfermedad ética.
No para endeudarnos de más y hacer más difícil de subir la “cuesta de enero”; no para faltar a la virtud de la sobriedad, tan importante para vivir la cardinal.
A estas alturas del calendario, la cabeza de todos está ya metida en las fiestas de Navidad. Y, en esta época del año, no me canso de decirlo, ya que también.
Platicaba, la semana pasada, con un pequeño grupo de gente joven sobre el inevitable paso de los años y de cómo una de las cosas que más se echaba de menos.
Lo he dicho en incontables ocasiones: no somos islas, vivimos interconectados, en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la vida ciudadana.