Desde que se comenzó a hablar de la importancia de tener una autoestima sana para aspirar a la felicidad, se ha escrito muchísimo sobre el tema. Creo, incluso, que, en ocasiones, se han cargado las tintas y se ha promovido más bien una especie de “egoestima”; una visión inflada sobre las propias cualidades, una suerte de presuntuosa valoración de uno mismo que complica la relación armónica con los demás y termina por aislarnos del entorno. Porque una verdadera autoestima conlleva el reconocimiento de los propios defectos y de las infaltables luchas que todos emprendemos cuando queremos ser mejores personas.
Pero, indiscutiblemente, para llevar una vida que valga la pena vivir, es absolutamente indispensable tener una imagen positiva de nosotros mismos y reconocer que somos importantes, que somos valiosos, que tenemos algo que aportar al mundo en el que nos desenvolvemos. Una mujer, un hombre, que no tengan conciencia de sus cualidades, están condenados a pasarla continuamente mal, a buscar permanentemente aprobación de los demás y a vivir sumergidos en la inseguridad. En más de una ocasión les he contado que una de las cosas que he hecho en mi vida, y de lo que he sacado muchísimas enseñanzas para mi propia vida conyugal y familiar, ha sido mediar en conflictos de pareja; en escuchar a matrimonios que sufren una crisis y buscan ayuda para salir de ella.
Esa rica experiencia ha confirmado en mí la convicción de qué una persona sin autoestima, alguien que no se quiere o respeta a sí mismo, no está en capacidad de querer y respetar a nadie más. Para abrir el corazón hacia fuera primero hay que abrirlo hacia dentro. Para reconocer las virtudes de los que me rodean debo, antes, reconocer las mías.
Se lo he dicho sobre todo a mujeres, porque el machismo en Honduras continúa siendo una tara que se resiste a desaparecer: nadie está obligado a autohumillarse, a permanecer sometido, a sacrificar las propias aspiraciones sobre el altar de un amor mal entendido. Cierto que el amor lleva al servicio, pero al servicio libre y voluntario, nunca obligado, jamás producto de sentirse inferior a nadie. De ahí es clave que todos, hombre y mujeres, hagamos un esfuerzo por querernos a nosotros mismos. Y eso conlleva cuidarnos en todo sentido: físicamente, psíquicamente, afectivamente, intelectualmente. Hay que trabajar las horas que haga falta, pero también descansar las que sean necesarias. Hay que divertirse, hay que reír, hay que pasear, hay que comer bien, hay que rodearse de un grupo de amigos que reconozcan nuestra valía y con los que mantengamos una relación lo más horizontal posible.
En fin, si no nos preocupamos por nosotros mismos nadie más lo hará. Los años no me han enseñado otra cosa...