Con el paso de los años, el ruido nos resulta molesto. Pero, también cuando se es joven es necesario hacer unos paréntesis de silencio para pensar en cosas realmente importantes y hacer valoraciones que son necesarias para definirle un norte a la existencia. Además, hay actividades que exigen serenidad, paz. Para escribir, por ejemplo, muchas personas prefieren el silencio que suele reinar por las noches o buscar sitios apartados para dedicarse a la labor creadora. Los compositores hacen ordinariamente lo mismo. Hace falta recogerse, poder mirarse hacia adentro, para pensar con mayor claridad, para dejar fluir lo que se lleva en el interior y tener una mejor perspectiva del futuro.
El acelere, el frenesí, no dejan reflexionar adecuadamente. Cuando vamos por la vida atropellándonos a nosotros mismos y, obviamente, atropellando a los demás; porque tenemos prisa, porque llevamos muchas cosas entre manos, porque las horas del día, y de la noche, no nos ajustan, difícilmente podemos ver las cosas claras ni tomar decisiones sabias y ponderadas. “Chi va piano, va lontano”, el que va despacio va lejos, reza un antiguo proverbio italiano, o, como le dijera en algún momento don Quijote a Sancho: “Vayamos despacio, Sancho, que vamos lejos”. Es decir, la prisa no es buena consejera; moverse todo el día no significa trabajar bien, a veces ni siquiera trabajar; ir de aquí para allá siempre, con sensación de prisa, pone en fuga a la inteligencia y nos pone en riesgo de cometer errores, de hacer barbaridades, “trastadas”, diría mi madre. Por eso hay empresas que, para poder otear bien el horizonte, para definir planes a mediano o largo plazo, sacan a su gente de la actividad ordinaria, ponen incluso distancia de por medio y se la llevan a una especie de “retiro”, en donde puedan hablar y reflexionar despacio. Y es que solo con la cabeza tranquila se pueden tomar decisiones de cierta gravedad. Y si eso es necesario a novel corporativo, también lo es a nivel individual.
Cuando se tiene miedo al silencio, cuando se evita la ausencia de ruido, cuando se prefiere la estridencia, es porque no se desea pensar. El silencio obliga a ver hacia adentro, a hacer examen, a reconocer los errores cometidos, a encararse con los personales defectos. Y no siempre estamos dispuestos a hacer lo anterior. Pero, para encontrarle sentido a la existencia, es indispensable saber callar, huir de la superficialidad, frivolidad más bien, y vernos en el espejo de nuestra intimidad. En la medida en que nos conozcamos mejor, mejorar sabremos hacia donde vamos.