06/12/2025
04:22 AM

Aprender de los demás

Roger Martínez

La vida es una escuela. Pero, así como alguien puede frecuentar las aulas y aprender muy poco... o nada, pueden, también, pasar los años sin que hayamos aprovechado las lecciones y, por lo mismo, no hayamos escalado mejores estadios de desarrollo personal. Lo que no deja de ser una pena.

Además de las circunstancias que el paso de los días y los años nos hace atravesar, y de las que podemos obtener grandes enseñanzas, debemos también ser lo suficientemente observadores como para detenernos ante las virtudes de la gente que nos rodea y de las que podemos aprender muchísimo.

La soberbia, ese vicio que nos persigue hasta la muerte, no nos deja muchas veces valorar lo de bueno que hay en los demás. Estamos ordinariamente rodeados de personas que, aunque padezcan naturales defectos, como nos pasa a todos, poseen también cualidades imitables que deberíamos copiar. Reconozco, para el caso, que virtudes como la discreción o el saber guardar un secreto, lo aprendí de alguien más. Es fácil hablar más de la cuenta o revelar lo que alguien nos ha confiado, pero eso impide que se nos tome en serio o que se nos comparta información cuyo conocimiento exige saber callar, tanto temporal como definitivamente. De hecho, a veces nos enteramos de asuntos de gravedad tal que si no nos los reservamos podemos causar perjuicio considerable a uno o varios individuos; en esos casos debemos entender que no tenemos derecho a comentarlos con nadie, e incluso, que nos los llevaremos a la tumba.

La paciencia, o la serenidad ante las dificultades, es algo que sirve mucho en la vida. Pero, sufrir con fortaleza los defectos de los demás, rasgo propio de la paciencia, suele ser arduo. Sin embargo, cuando se convive con gente que evita dramatizar los hechos o que asume los problemas con cierto estoicismo, se aprende un montón. En este sentido, cuando se tienen posiciones de liderazgo, tanto en el mundo del trabajo como en la familia o en la sociedad, es clave mantenerse con los pies fríos, aunque el corazón parezca desbocarse. Decía una maestra mía que la empresa está como está la cabeza. Si la cabeza se alborota con facilidad cundirá el nerviosismo entre los subordinados, pero, si, a pesar de la magnitud de las dificultades, el que gobierna no pierde el aplomo, se generará un clima que facilitará salir de ellas. También esto lo he aprendido de alguien más.

Gente ejemplar siempre habrá a nuestro alrededor. Tonto sería no aprovechar lo que puedan enseñarnos.