01/04/2025
02:34 PM

La magia de la palabra escrita

Roger Martínez

Nunca olvido que durante los años en que ejercí la docencia a nivel medio y superior, como profesor de Español o de Literatura, cuando indicaba alguna lectura, nunca faltaba un alumno que preguntara si había alguna película sobre ella. Sabía que lo que ese estudiante pretendía era evitar la lectura y, en su lugar, ver la película. Por supuesto que siempre les hice ver que el lenguaje literario es distinto al cinematográfico; que, muchas veces, por diversas razones, los directores o los productores cinematográficos se toman libertades a la hora de trasladar un relato o una novela de un lenguaje a otro, y que, incluso, cuando se ha leído una obra literaria y luego se asiste a su proyección cinematográfica, puede uno sentirse desencantado, frustrado o, por qué no decirlo, traicionado. Desde muy jovencito, he sido un cinéfilo de primera fila, pero, justamente por eso, tengo claro que lo que logra la lectura es muy distinto a lo que logra el cine, por bueno que este sea.

La palabra escrita es mágica. Despierta la imaginación, nos hace pensar, enriquece nuestro vocabulario y expande nuestra cultura. Cada vez que comenzamos un libro comenzamos un viaje, un periplo por mundos desconocidos, llenos de sorpresas. Es más, hay lecturas que quisiéramos que se prolongaran indefinidamente. Me ha pasado que he terminado de leer una novela y la he vuelto a comenzar; porque no quiero separarme de sus personajes, porque devolverla al estante es como romper un hechizo. Creo que ya les he contado lo que me pasó con “A sangre fría” de Truman Capote, que me entusiasmó tanto que me pasé la noche entera leyéndola y que, aunque ya había amanecido el siguiente día, no la solté hasta darle fin. Tenía entonces 17 años.

Luego, hay personajes que se quedan con nosotros para el resto de la vida, porque, precisamente, cobran vida, los llegamos a conocer y a tratar, a quererlos y a comprenderlos, no importa lo que su creador los haya obligado a hacer. Desde los 18 me enamoré de Medea, y si no es porque mi primer hijo fue varón, habría habido, con toda seguridad, una Medea en la familia. Martín Santomé y Laura Avellaneda, los protagonistas de “La tregua” de Mario Benedetti, para mí son viejos conocidos y la muerte de ella no ha dejado de pesarme.

Con el advenimiento de las pantallas, y aunque los libros digitales son una maravilla, el gusto por la lectura se ha visto afectado. Las pantallas consumen mucho tiempo de los que las poseen y con ello tienen menos para leer. Y se pierden así de disfrutar de tantos mundos por descubrir que ni la vida entera alcanza para hacerlo.

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