Decía Agustín de Hipona, san Agustín, que la maldad de la mentira radicaba en el deseo de engañar al otro. Es decir, cuando se miente, lo peor de todo es que el que lo hace sabe que lo que está diciendo no corresponde con la realidad, pero, aun así, presenta como verdadero lo que no lo es. Moralmente hablando, hay una gradualidad en cuanto a la gravedad de las mentiras. Hay quien miente por miedo y, en ese caso, ya que el miedo lo lleva a poner en precario el ejercicio de la libertad, se puede ser más o menos culpable, según el asunto sobre el que miente y las consecuencias que la mentira contrae. Y si cuando se miente lo que se hace es una broma y no resulta en daño de nadie, nada pasa, ya que el fin no es engañar, sino divertir. Aun así, hay que saber con quién se bromea, porque a más de alguno se le ha complicado la salud cuando la broma es muy pesada o el asunto sobre el que se bromea reviste cierta entidad o importancia.
Menos inocua es la mentira cuando se hace uso de ella para quedar bien con alguien. Hay personas que mienten para inflar sus supuestas cualidades o las de su interlocutor. Mienten, por ejemplo, los vanidosos, para ver incrementados sus dudosos méritos, o los “sobalevas”, los “chupamedias o chupacalcetines” que medran alrededor de los poderosos y buscan algún favor o una ventaja.
Pero los mentirosos peores son los que tienen la realidad ante sus ojos y la esconden o la falsean para dejar mal parados o negar los méritos ajenos. Así, se falsean las estadísticas, se inventan encuestas, se hacen cálculos deliberadamente equivocados o se minimizan los logros de los competidores o contrincantes. En la conducta Ética tiene capital importancia la formación de la conciencia. Esa brújula que nos indica dónde está el bien y dónde el mal necesita ser formada rectamente. Porque de lo contrario, y esa es una de las tragedias contemporáneas, o se posee una conciencia deformada o se la posee perpleja; es decir, los juicios éticos se acomodan vergonzosamente a los intereses de una persona o, en el caso de la conciencia perpleja, el individuo es incapaz de valorar objetivamente la maldad o bondad de una acción.
En este período preelectoral es notable el deseo de engañar a la gente. La realidad, terca como es, nos muestra una cosa, y los que mienten deliberadamente nos “pintan” otra. Hay, pues, que espabilar, porque hay que ser bastante cándido, tonto más bien, para no reconocer la maldad que hay detrás de cierta información y ciertos datos. Mantengamos, pues, los ojos bien abiertos. Y no seamos víctimas de los mentirosos.