Próceres de lo cotidiano

Pero, además, la historia nos señala la existencia de otras mujeres y de otros hombres que, a lo largo de estos doscientos cuatro años de existencia de Honduras.

  • 02 de septiembre de 2025 a las 23:00 -

Los hechos notables realizados durante la existencia de algunas personas han logrado ubicarlas en un sitial de honor y considerarlas parte del panteón de los llamados héroes. Don Francisco Morazán; por ejemplo, es reconocido como el prócer máximo, el que soñó con la unión de Centro América, el que ofrendó su vida por la patria grande; el general José Trinidad Cabañas es recordado por su honestidad acrisolada y su valentía; el presbítero José Trinidad Reyes es honrado por su obra civilizadora a través de la educación. Y se reconoce también la defensa del territorio llevada a cabo por el cacique lenca Lempira; la organización del estado nacional en la que participó como primer presidente don Dionisio de Herrera o el papel jugado en la gesta independentista, como redactor del acta que declaraba nuestra separación de la metrópolis, de don José Cecilio del Valle.

Pero, además, la historia nos señala la existencia de otras mujeres y de otros hombres que, a lo largo de estos doscientos cuatro años de existencia de Honduras, han empeñado muchísimos esfuerzos para engrandecer a este país en los distintos ámbitos de su vida: la educación, la definición de un perfil cultural particular, el desarrollo científico o artístico, para mencionar algunos.

Luego están aquellos miles de ciudadanos que sin que busquen que su nombre quede registrado en los libros de historia o que se les levante un monumento, son próceres de la vida cotidiana, porque, heroicamente, hacen de la aldea, del pueblo o de la ciudad en la que viven un lugar más acogedor, más vivible. Tengo, para el caso, un vecino que, muy temprano, sale a caminar por mi colonia. Lleva siempre una bolsa de plástico en la que va recogiendo la basura que, más de algún inconsciente, tira a la calle. No espera que lo feliciten ni que algún día lo nombren ciudadano distinguido, pero, durante más de veinte años, he sido testigo de su amor con obras por el vecindario.

Recuerdo haber sido invitado una vez a un preescolar de una aldea de Santa Bárbara. Pude platicar con la maestra encargada y, entre otras cosas, le pregunté sobre su horario de trabajo. Años después no olvido la respuesta: comienzo a las ocho de la mañana, pero la salida depende de las necesidades de los niños, porque, para que ninguno se atrase, me quedo por la tarde con aquellos que necesitan más ayuda. Claro, no había pago de horas extras ni diplomas de honor.

Y así, largo resultaría enumerar a tantos hondureños a los que quizá nunca se les dedicará una calle o una plaza, pero que, con su trabajo bien hecho, con el cumplimiento de unos horarios, con trato amable con todos, saben ser héroes, anónimos pero verdaderos.

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