Julio: un alto en el camino

Hacer evaluación cristiana no es hacer un inventario de fallos, sino dejar que el Espíritu nos muestre qué frutos estamos dando y cuáles están por madurar.

Julio suele llegar como un suspiro esperado. Para muchos es sinónimo de descanso, vacaciones, cambio de ritmo.

Pero ¿y si este mes pudiera significar algo más? ¿Y si Dios nos estuviera regalando esta pausa en el calendario no solo para descansar el cuerpo, sino para sacudir el alma? Julio puede y debe ser un alto en el camino, un momento para evaluar la vida con mirada cristiana, para preguntarnos en serio ¿cómo estoy viviendo mi fe? ¿Cómo he caminado en estos primeros seis meses del año? ¿Y hacia dónde me dirijo?

El papa Francisco lo decía con claridad: “No hay verdadero descanso sin Dios”. En sus palabras encontramos la clave de esta reflexión. No se trata solo de cambiar de lugar, sino de cambiar de mirada. Evaluar la vida con criterios del Evangelio no es mirarla con culpa, sino con valentía, verdad y esperanza.

Es volver al corazón. Volver a escuchar la voz del Señor que nos pregunta, como en el Edén: “¿Dónde estás?” (Gn 3,9). Esa no es una acusación, es una invitación amorosa a ubicarnos, a no perdernos, a volver a la comunión con Él y con nosotros mismos.

Hacer evaluación cristiana no es hacer un inventario de fallos, sino dejar que el Espíritu nos muestre qué frutos estamos dando y cuáles están por madurar.

Julio es tiempo propicio para abrir el alma y revisar nuestras prioridades. ¿Estoy creciendo en amor, en perdón, en generosidad? ¿Estoy viviendo como discípulo o simplemente sobreviviendo? San Pablo nos recuerda: “Examínense para ver si están en la fe.

Pónganse a prueba” (2 Cor 13,5). Esta prueba no la pasamos con méritos humanos, sino con apertura a la gracia.

Porque el Señor no busca resultados, sino disponibilidad. No exige perfección, sino verdad del corazón. Por eso quisiera proponerte tres consejos muy concretos para que este mes no pase como uno más, sino como un verdadero tiempo de renovación.

Primero: regálate cada día un momento de silencio orante, aunque solo sean diez minutos. Apaga el celular, silencia las redes y escucha a Dios. Como Elías en el Horeb (1 Re 19,12), solo en el susurro del silencio descubrimos el rostro de Dios. Segundo: toma un cuaderno y escribe lo vivido estos seis meses. Lo que agradeces, lo que dolió, lo que te desafía. La memoria escrita es herramienta del Espíritu. San Ignacio ya lo intuía: examinar, escribir, discernir. Tercero: haz una obra concreta de caridad que te saque de ti mismo.

Visita, llama, sirve. No dejes que tu descanso sea solo tuyo. Jesús nos lo dijo claro: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Julio no es solo el séptimo mes. Es un umbral. Es la posibilidad de reorientar lo que queda del año. De volver a Jesús, que nos dice hoy como entonces: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Que este mes sea descanso, sí, pero sobre todo sea impulso. Un punto de inflexión donde renazca en nosotros la fe, el deseo de santidad y el compromiso con un mundo mejor. Porque no estamos en pausa: estamos en proceso. Y Dios no ha terminado su obra en nosotros.

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