Democracia rota, ciudadanos heridos

  • 28 de marzo de 2025 a las 00:00 -

Honduras no ha tenido tregua política en más de quince años. Entre golpes de Estado, reelecciones cuestionadas y escándalos familiares, la democracia ha sido empujada al abismo, y con ella, la estabilidad emocional de un pueblo agotado.

Hoy, más que reformas, el país necesita sanar. Desde 2009, la democracia hondureña ha sido arrastrada por una cadena de conflictos que no solo han debilitado las instituciones, sino que también la paz y la democracia.

El golpe de Estado, la judicialización de la reelección, los vínculos de altos funcionarios con el narcotráfico, el quiebre del Congreso, los escándalos familiares y las fricciones diplomáticas han convertido la política en un territorio inestable, donde las reglas se reinterpretan según la conveniencia del poder.

La democracia perdió su solemnidad y se volvió herramienta de desgaste. La ciudadanía ha soportado un desgaste emocional que rara vez entra en el balance político. Quince años de incertidumbre, de promesas rotas y de polarización crónica han producido una mezcla persistente de ansiedad, apatía y desafección.

El costo psicosocial es profundo: miedo al futuro, fatiga cívica, retraimiento generacional. Estudios del PNUD y Latinobarómetro lo confirman. Cuando la democracia deja de ofrecer certidumbre y en general el ciudadano no protesta: se desconecta.

La desinformación no llegó por accidente. Fue sembrada y cultivada por quienes entendieron que, en tiempos de crisis, no hace falta gobernar con resultados si se controla el relato. La posverdad convirtió la mentira en estrategia.

Redes sociales, cadenas de mensajería y titulares diseñados para escandalizar han sustituido el debate público por una permanente manipulación emocional. En lugar de comprender, ahora se reacciona. Y ante tanta distorsión, muchos optan por no sentir.

El costo real de esta espiral no solo es institucional, económico o diplomático. Es emocional, cultural y humano. Sin confianza, no hay comunidad.

Sin verdad, no hay diálogo. Sin esperanza, no hay nación. Honduras no solo necesita reconstruir sus instituciones: necesita reconciliarse consigo misma. Volver a hablar en serio. Volver a creer que el Estado puede ser más que una máquina de frustraciones. Sanar, en este contexto, no es una metáfora: es una necesidad de supervivencia.

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