Estoy leyendo un libro del filósofo y teólogo alemán Romana Guardini sobre la necesidad de la propia formación, sobre la importancia de “amueblar la cabeza”. Porque siempre se corre el riesgo de ir por la vida un poco a tientas, sin definir unos marcos conceptuales que le pongan rumbo, de modo que no tengamos claro de donde venimos y, peor aún, hacia dónde nos dirigimos. Y es que se puede nacer y morir sin que se llegue a tener conciencia de cuáles son las cosas realmente importantes para tener una vida plena y con sentido, y sin tener consciencia de la contribución que estamos obligados a hacer al bien común.
Cuando no se “amuebla la cabeza”, esta se queda hueca, sin contenido, sin sustancia y se vive en la frivolidad, en una superficialidad que puede llegar a ser dramática.
¿Y qué hacer para que los años no pasen sin ton ni son? Lo primero es dedicar tiempo a pensar, cosa que siempre resulta ardua. Para pensar hace falta buscar lecturas que nos reten, que nos saquen de la comodidad intelectual, que nos expriman un poco el cerebro, que nos recuerden que en este mundo no solo estamos para comer y dormir. Las personas cuando no dedicamos tiempo a pensar terminamos llevando una vida de “animal sano”, se respira, se “pasta” y poco más.
Las pantallas, tan útiles y necesarias para tantas cosas, pueden convertirse en enemigas del pensar. Horas y días enteros pueden escurrirse en la consulta permanente de las redes sociales, con las que permanecemos conectados con mil cosas, pero poco con el mundo de las ideas. Y lo que nos diferencia de los animales y de los objetos es, justamente, la capacidad de razonar. Durante el auge de la televisión se hizo popular un eslogan que aconsejaba apagar el televisor y encender un libro; hoy habría que insistir en la importancia de desconectarse de las pantallas y conectarse con los libros. A menos que lo que haya en la pantalla sea un e-book, un libro electrónico.
Pensar también exige silencio. Y para eso hay que saber escapar del ruido y desarrollar la capacidad de recogerse, aun en medio de la gente y de la actividad laboral ordinaria. Hoy se insiste en las “pausas activas”, que son indispensables para la salud mental y para acostumbrarse a pensar. Una de esas pausas debería dedicarse a la lectura. Hay tantos y tan buenos libros que resulta tonto no buscarlos y leerlos. Leer, lo he dicho ya antes muchas veces, enriquece el vocabulario, ayuda a mejorar la redacción y a estructurar correctamente cualquier discurso oral o escrito y desarrolla la capacidad crítica.
Una mujer o un hombre con una cabeza amueblada se vuelven, incluso, más atractivos en todo sentido.