El actual proceso eleccionario ha pasado por tres etapas claramente diferenciadas: la primera que tuvo lugar el pasado 30 de noviembre, cuando la ciudadanía -pese a la posibilidad real de confrontación promovida por el partido aún en el poder -, concurrió masivamente a cumplir con su deber cívico, despojada de temor paralizante, convencida de que su participación marcaba la diferencia entre la renovación o el continuismo.
Las dos subsiguientes han deliberadamente debilitado la primera con estrategias de boicot y sabotaje: en la medida que se aproxima la fecha definitiva del 30 del presente en que se emitirá la declaratoria oficial del resultado a nivel presidencial. El objetivo radica en deslegitimarla.
El escrutinio especial de actas que presentan inconsistencias -que debió iniciarse el día 13, empezó cinco días después - se ha caracterizado por múltiples hechos de agresividad: ataques con piedra al centro de acopio en el Infop -con saldo de heridos-, integrados por militantes de los Partidos Libre y Liberal, seguido de órdenes para que sus representantes en el Centro Logístico Electoral se retiraran de sus labores, con posterioridad los retrasos deliberados en el conteo, pese a la orden del presidente del Consejo Central Ejecutivo liberal, el alcalde sampedrano Roberto Contreras, en el sentido de continuar sin tortuguismo tal recuento, so pena de ser reemplazados, lo que ha sido ignorado, evidenciando las divisiones internas en esa agrupación política.
El presidente del Poder Legislativo ha advertido que la comisión permanente del Congreso está facultada para proclamar al sucesor de la actual titular del Poder Ejecutivo o bien su continuidad al frente de la nación. De ocurrir esto último se estaría violando el espíritu y letra de nuestra Constitución. Ello obliga a que la ciudadanía, el Consejo Nacional Electoral, las Fuerzas Armadas como garantes del proceso y la comunidad internacional estén en alerta máxima para impedir que se intente presentarnos con hechos consumados, irreversibles.
El quedarnos cruzados de brazos, de espaldas e indiferentes al destino de la patria, inmersos en nuestras burbujas existenciales, nos convierte en corresponsables y cómplices del rumbo ilegal a que podemos ser conducidos, torciendo la voluntad popular nítidamente expresada en las urnas.
El llamado, entonces, se centra en estar pendientes e impedir cualquier maniobra desesperada para retener el poder indefinidamente. Vivimos días y horas cruciales, decisivas, que marcarán la orientación y el destino colectivo. Debemos estar, aquí y ahora, a la altura del momento histórico, exentos de vacilaciones y cobardías que, más temprano que tarde, pasarán factura, obligándonos al debido rendimiento de cuentas ante las venideras generaciones.