Las elecciones primarias recién realizadas, con el conjunto de anomalías presentes durante el curso de lo que debió haber sido una demostración de cultura cívica, madurez, de plena libertad electoral, ha puesto en evidencia rasgos no superados de la cultura política hondureña, siempre vigentes, pese a los intentos por superarlos: compra y manipulación de votos, retrasos premeditados en el transporte de urnas, no declaratorio del origen y procedencia de fondos privados, hostigamiento, amenazas y otorgamiento masivo de bolsas alimenticias a lo largo y ancho del territorio.
Ha quedado al trasluz el canibalismo, la ausencia de democracia interna, el verticalismo, particularmente en el partido hoy en el poder: Libertad y Refundación (Libre), cuando el oficialista Movimiento 28 de Junio (M28) ha utilizado la maquinaria estatal para doblegar a las otras corrientes, según las denuncias de sus líderes, militantes y candidatos que han quedado excluidos a cargos de elección popular, tanto diputaciones como alcaldías.
Los denunciantes dicen que en este proceso se ha impuesto el caudillismo familiar, excluyendo a correligionarios y militantes fundadores, para favorecer abiertamente al círculo íntimo de incondicionales, ciegos, sordos, mudos ante las órdenes emanadas de la Casa de Gobierno, acatadas a rajatabla, sin cuestionar su legalidad, recompensados de diversas maneras, incluyendo exorbitantes salarios, viáticos, viajes y otras canonjías a expensas del Presupuesto Nacional de Ingresos y Egresos. Estas prácticas nada nuevas han pasado factura en el pasado reciente a quienes las han impuesto, quienes han recibido un efecto búmeran, debilitando el caudal electoral del que dicen gozar de cara a las elecciones generales, en las que son muchos los ciudadanos, simpatizantes, que optarán por otorgar su confianza y respaldo, vía el voto, a otros partidos políticos o bien se abstienen de concurrir a las urnas.
De modo que lo hoy logrado constituye una victoria pírrica que debilita y divide a tal ente en vez de unificarlo y fortalecerlo. El desencanto y frustración de sus bases y mandos intermedios es notorio, rechazando las maniobras impuestas, propias de una dictadura interna enemiga de personas e ideas heterodoxas que vitalizan y fortalecen a cualquier institución de derecho público.
La desilusión se proyecta, además, a la gestión oficial en pro del bienestar colectivo, repleta de promesas electorales no cumplidas, incapacidad ejecutiva, corrupción e impunidad de la elite cupular en los tres poderes del Estado.
Queda esperar que el próximo torneo electoral sea totalmente honesto, transparente, pacífico, despojado de un sinfín de trampas.