Tanto en política partidaria como en otras actividades como el fútbol, somos propensos a oscilar entre estados emocionales extremos que van desde el fanatismo a la indiferencia, de la exaltación a la pasividad, de la euforia a la indiferencia, que tienden a que asumamos conductas no racionales, a tal grado de radicalización y exaltación que puede desembocar -y así ocurre cada vez más frecuentemente-, en comportamientos violentos -físicos y/o psicológicos-, con efectos colaterales para terceras personas, sin ser capaces de recurrir al raciocinio, la cordura y moderación.
Olvidamos que en política somos manipulados con el fin de respaldar a personas e intereses que no coinciden con los anhelos colectivos, todo lo contrario: revisten carácter personal y familiar, distintos y opuestos a los del pensar y sentir popular. En deportes, recordemos que son actividades recreativas, lúdicas, que nos entretienen y nos hacen olvidar, temporalmente, las cotidianas problemáticas a las que hacemos frente en la lucha por la subsistencia.
Una vez finalizados se retorna a la realidad, sea esta agradable o desagradable, a la que debemos enfrentarnos con trabajo honrado, responsabilidad diaria, disciplina, máxime si de los ingresos devengados depende el sustento de nuestra familia, que no aguarda por demoras ni excusas.
Hagamos frente a la existencia, por dura que esta sea, con una dosis mixta de realismo y optimismo, actuando con creatividad y determinación. Los reveses y desengaños forman parte del diario vivir y no deben ser causales de frustración.
Siempre existen segundas oportunidades, sepamos aprovecharlas para dar inicio a un nuevo principio, habiendo previamente asimilado tanto lo negativo como lo positivo de lo sucedido, con el firme propósito de rectificar en los yerros cometidos y mejorar en los aciertos logrados. Tal actitud revela que hemos logrado alcanzar madurez tanto en nuestras actitudes como resoluciones.
Sin olvidar el pasado, miremos hacia el futuro, habiendo salido de un aprendizaje provechoso para ser cada vez mejores ciudadanos, participantes, solidarios con el bien común, despojados finalmente de sectarismos y dogmatismos que tanto daño nos causan, recordando que lo que nos une como comunidad nacional es muy superior a las diferencias que nos separan y alejan de metas compartidas y propósitos comunes.