Nos lo han advertido desde hace mucho tiempo. Una de las múltiples consecuencias del cambio climático son las tormentas más intensas y frecuentes. También nos han dicho que ocupamos el tercer lugar en el Índice de Riesgo Climático (IRC) 2025, publicado en febrero de este año por la organización Germanwatch.
El IRC resalta la alta susceptibilidad que tenemos a fenómenos como huracanes, sequías e inundaciones, intensificados por el calentamiento global, así como por la escasa planificación, sensibilización y concienciación de la ciudadanía.
Si las lluvias de esta época del año ya provocan inundaciones y pérdidas humanas y materiales, es inquietante pensar lo que podría suceder con una temporada ciclónica más intensa, como está anunciada desde meses atrás.
Hay evidentes problemas de infraestructura en ciudades como Tegucigalpa y San Pedro Sula, que hacen colapsar el tráfico vehicular en momentos de lluvia regularmente intensa, que producen inundaciones y deslizamientos en diversas zonas y que ponen en vilo la seguridad ciudadana.
Las condiciones de vulnerabilidad han aumentado, es cierto, pero no solo por temas globales, sino especialmente por la poca acción local, aun con la información que ya tenemos.
Nos ocupan otros temas, muchos de carácter ideológico-político, y ese es uno de los grandes riesgos que enfrentamos: que tomemos posturas ofensivas-defensivas sobre temas como este, malgastando esfuerzos y energías con el pensamiento puesto en las próximas elecciones y no en el bienestar de nuestra gente.
Es preciso que entendamos como sociedad que es válido ver hacia el pasado para aprender de los errores, pero no para quedarnos allí, inactivos ante el futuro inmediato.
La manera en que reflexionamos colectivamente sobre nuestros riesgos compartidos es vital para enfrentar todo lo que pueda venir a medida nos adentramos en el último trimestre del año. En ese sentido, la política debe cumplir su función de hacer progresar a la sociedad y no de mantenernos entretenidos en conversaciones interminables, con tristes argumentos de uno y otro lado.
La vulnerabilidad es la fragilidad o debilidad ante los riesgos, que se incrementa especialmente con la indiferencia, por decisión o porque estamos distraídos.
Las personas y las organizaciones tenemos el deber de informarnos y actuar para prevenir consecuencias catastróficas de esta temporada. Es tarde para pensar en grandes soluciones de infraestructura; sin embargo, es posible actuar proactivamente manteniendo limpios los drenajes, revisando condiciones de nuestros hogares y establecimientos, teniendo esas conversaciones que pueden ser difíciles y que hay que afrontar, revisando planes de actuación para cada situación.
Mantenerse informado sobre las alertas tempranas que emite la Secretaría de Gestión de Riesgos y Contingencias (Copeco) es fundamental para prevenir, no con alarma, sino con el firme deseo de proteger vidas y, en lo posible, cuidar el patrimonio. ¿Ya contamos con nuestro propio plan familiar? Es tiempo de actuar.
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