Respetar y respetarse

Sucede que la gran mayoría de asuntos que generan debate entre personas o colectividades son opinables; es decir, que están muy lejos de ser axiomas irrefutables.

  • 15 de julio de 2025 a las 00:00 -

Este mundo es variopinto. Cada uno, desde su particular ubicación vital, contempla la realidad y saca sus propias conclusiones, desde las que luego orienta sus acciones. Y aunque no hay que confundir percepciones u opiniones con verdades hay obligación de respetar las posturas ajenas por exóticas o chocantes que resulten. Claro, ese respeto no significa que debemos asumir las ideas de los demás como propias y que, en ocasiones, tenemos el deber de combatirlas si resultaran nocivas o perjudiciales para la coexistencia armónica.

Sucede que la gran mayoría de asuntos que generan debate entre personas o colectividades son opinables; es decir, que están muy lejos de ser axiomas irrefutables. De ahí que lo más sensato es ir por la vida escuchando a los demás, sopesando lo que dicen, para después considerar lo bueno, lo aprovechable para el propio proceso de mejora personal, y desechar lo que no nos genera ningún beneficio objetivo.

Tampoco es correcto convertirse en una especie de juez y dedicarse a tachar a los que no piensan igual que nosotros, y menos despreciarlos, marginarlos o satanizarlos. Puede estar uno muy convencido de su marco de referencia filosófico o antropológico, pero eso no da derecho a maltratar al que lo posea distinto.

Irrespetar al prójimo, además de ser una clara manifestación de soberbia; ese vicio que tanto daño hace al que lo practica y a los que lo rodean, es, de alguna manera, una falta de respeto a uno mismo. Porque cuando practicamos un vicio menoscabamos las virtudes que decimos poseer. Dicho de otra manera, la destrucción del otro siempre es autodestructivo. No podemos olvidar que no somos islas y que todo lo que decimos o dejamos de decir, todo lo que hacemos o dejamos de hacer, no solo nos afecta individualmente, sino que “salpica” a los que forman parte de nuestro entorno. La sabiduría popular señala que “el que al cielo escupe, en la cara le cae”. Si yo no respeto a los demás, esos demás tampoco se sentirán movidos a respetarme. Como dicen los orientales: el “karma” es inevitable.

Siempre me ha impactado la imagen del elefante o el caballo sueltos en la cristalería. Un hombre o una mujer que marchan por la existencia rompiendo todo lo que encuentran a su paso, aunque lo afirmen con cinismo, nunca podrán ser felices. La convivencia pacífica tiene como requisito a esa hija del respeto que se llama tolerancia, sin la que la vida en comunidad resulta inviable.

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