La sinfonola es aquel aparato que, con luces llamativas y música al alcance de una moneda, reúne a la gente para compartir un momento de entretenimiento. Hoy, las campañas políticas en Honduras se parecen mucho a esa sinfonola: solo funcionan cuando alguien pone la moneda, y el brillo de las luces suele importar más que la melodía que suena.
La moneda también mueve las campañas que en Honduras se financian de manera mixta: con fondos del Estado, con recursos privados y con el propio bolsillo de los candidatos. Según las últimas revisiones, una campaña puede costar más de 1,200 millones de lempiras. Una cifra enorme que, en lugar de invertirse en ideas y propuestas de gobierno, se va mayormente en visibilidad: anuncios en medios, vallas por todas partes y publicidad en terreno.
En el terreno digital, aunque el gasto directo es menor, la contratación de estrategas en redes sociales juega un papel clave. Con pocos recursos logran cambiar percepciones, mover conversaciones y generar comunidades de apoyo, pero este tipo de inversión es mucho más difícil de medir, lo que la vuelve un terreno gris.
Demasiada propaganda tiene efectos claros: la repetición de una imagen hace que sea más fácil recordarla, incluso si no conocemos al candidato. Y en una papeleta llena de rostros, la gente tiende a marcar aquel que más veces ha visto, pero esta psicología visual del voto sigue sin estudiarse a fondo en Honduras, a pesar de que solo se habla de voto en plancha.
Al mismo tiempo, sectores como el Cohep y otras instituciones han pedido conocer las propuestas de los presidenciables. Sin embargo, la mayoría de los candidatos se resiste, prefiriendo el brillo de las luces de la sinfonola más que la melodía o sea su plan serio.
¿Vamos a votar por propuestas o por luces que nos encandilan? Honduras lleva más de veinte años atrapada en crisis políticas que se traducen en problemas sociales y económicos. El verdadero costo no es la moneda que activa la sinfonola electoral, sino el valor que le damos a nuestro voto. Y ese valor no se mide en dinero, sino en la confianza que ponemos en personas con compromiso real para cambiar el rumbo del país.