La más alta expresión del amor

Cuando se piensa en el hogar de origen, aunque la figura paterna tenga su necesario sitio, la primera imagen que acude a la memoria es la de la madre.

  • 06 de mayo de 2025 a las 23:00 -

Todos los hondureños que tenemos cierto kilometraje de recorrido por la vida recordamos cómo en la escuela primaria nos enseñaron distintos himnos: al pino, al maestro, a Morazán o a la madre. Y, seguramente, como es mi caso, el que atesorarán con mayor celo es el que he mencionado de último, y del que uno de sus versos da título a esta columna.

El mismo kilometraje mencionado será un indicador que, probablemente, la madre habrá ya hecho su tránsito hacia la eternidad y que, en días como estos, previos a la celebración del día en su honor, lo que podremos hacer es una revisión de ese catálogo de recuerdos y sensaciones que las mamás son capaces de suscitar en sus hijos, aunque hayan pasado décadas desde su partida.

La maternidad, sobre todo para los hombres, tendrá siempre algo de misterio. Concebir un hijo, llevarlo en las entrañas, darlo a luz, padecer desvelos sin cuento, renunciar gustosamente a mil cosas, etc., todo por una criatura que más temprano que tarde conquistará su autonomía, escapará del regazo materno y, si sabe ser agradecida, recordará, ocasionalmente, visitarla o darle una llamada para ver cómo está. Parte del misterio es que las madres no llevan cuenta de lo poco o muy agradecidos que sean los hijos, de si han correspondido como deberían a tanta entrega y sacrificios, porque la donación que hacen de sus vidas es total y no espera recompensa.

Cuando se piensa en el hogar de origen, aunque la figura paterna tenga su necesario sitio, la primera imagen que acude a la memoria es la de la madre. Tiene esa figura una fuerza centrífuga que atrae a todos y que, una vez desaparecida, provoca una natural disgregación que luego es fácil de descubrir.

Don Augusto C. Coello, cuando escribió la letra de nuestro himno a la madre, seguramente a partir de su propia experiencia como hijo, fue capaz de poner por escrito lo que pensaban y sentían los hondureños de entonces y ahora. Porque cada una de las afirmaciones que hace en él manifiestan realidades incontrastables.

Cada madre es distinta, cada una tiene su genio, en el más amplio sentido del término; cada una muestra su amor de diferente modo, pero todas dejan huellas imborrables que permanecen a lo largo de los años. De la mía, para el caso, no olvido que reía con cierta facilidad, que sus enojos eran breves, que se mantenía siempre activa y que hizo siempre de mi casa en Juticalpa el sitio al que todos queríamos volver.

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