El caso de Koriun Inversiones no es simplemente un fraude económico, es un espejo roto donde se refleja la fragilidad moral de nuestra sociedad. No hablamos solo de millones perdidos, sino de esperanzas quebradas. Detrás de cada cifra hay un rostro, una familia que creyó en una promesa vacía, una Honduras herida que confió en el espejismo de una riqueza sin esfuerzo. A la luz de la fe, esta tragedia nos interpela con fuerza. ¿Qué tipo de país estamos construyendo cuando se rinde culto al dinero y se abandona la justicia? La Sagrada Escritura nos recuerda que el ser humano es imagen de Dios (Gn 1,27). Traicionar esa dignidad, manipulando sueños y explotando la necesidad, no es solo delito: es pecado. Un pecado que clama al cielo (CECn. 1867). San Pablo lo advirtió con claridad: “La raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim 6,10). El Papa Francisco lo dijo sin rodeos: “Cuando el dinero se convierte en dios, se descarta al débil” (Fratelli Tutti, 22). Y en Honduras, ese descarte se ha vuelto ley no escrita, normalidad peligrosa. Koriun floreció al margen de todo control, pero con la complicidad muda de muchos. Restituir el dinero sin esclarecer su origen no es auténtica justicia: es maquillaje. Como dijo san Juan Pablo II, “la paz es fruto de la justicia” (EV, 27). Y sin verdad, no hay ni paz ni sanación posible. Si el Estado responde con fondos públicos sin investigar el fondo del problema, estaría más interesado en silenciar la indignación que en sanar las heridas. Recordemos que, el Señor Jesús multiplicó los panes para saciar el hambre (Jn 6,1-15), pero también expulsó a los mercaderes del templo (Mt 21,12). No hay misericordia sin justicia. La verdadera solidaridad no es limosna: es compromiso estructural con los más vulnerables. Como enseña la Iglesia, “la solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (San Juan Pablo II). Sin embargo, la historia de los estafados por Koriun se parece a la de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35): van desilusionados, pero Jesús camina con ellos. Él transforma su desconsuelo en esperanza mediante la Palabra. Lo mismo necesita hoy Honduras: profetas que hablen claro, ciudadanos que no se resignen, creyentes que insistan, como la viuda del Evangelio, en exigir justicia (Lc 18,1-8). Jesús nos pregunta de nuevo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mc 8,36). La idolatría del éxito rápido ha corroído la confianza, pero no puede robarnos la fe. Como dijo santa Teresa de Calcuta: “Lo que no está cimentado en Dios, tarde o temprano se derrumba”. Koriun se derrumbó porque estaba construido sobre la arena de la ambición, la ingenuidad y la corrupción. No nos cansemos de hacer el bien (Gal 6,9). Que esta crisis nos despierte. Que nos arda el corazón por construir una Honduras más justa, donde la ética valga más que el oro, donde la verdad no tenga precio y donde la esperanza no sea negocio, sino herencia de los hijos de Dios.
Idolatría desenmascarada
“Lo que no está cimentado en Dios, tarde o temprano se derrumba”. Koriun se derrumbó porque estaba construido sobre la arena de la ambición, la ingenuidad y la corrupción.
- 28 de mayo de 2025 a las 00:00 -
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