La política posterior al final del covid-19 se ha caracterizado por el sectarismo, la insistencia tribal, la sospecha constante y la incapacidad para los acuerdos que requiere la vida democrática moderna. Y es que el país en estos tres últimos años ha sufrido un gran atraso, en cuanto se refiere a darle solución a los problemas, los que se han congelado; y las soluciones postergado indefinidamente. La elección de la junta directiva del Congreso, del fiscal general, de los miembros de los órganos electorales y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia ilustran esta dificultad acentuada, en la medida en que nos acercamos a las que serán las elecciones más importantes del siglo XXI. Y en este escenario, sin lugar a dudas, el protagonista mayor es Mel, cuya habilidad para paralizar, postergar y congelar las decisiones no tiene parangón.
Especialmente porque es mediante estas parálisis que logra en negociaciones agónicas y dolorosas establecer acuerdos de último momento, obligando a ceder hasta a los más duros de sus adversarios.
Mel tiene tres ventajas. En primer lugar, su veteranía, dedicación y experiencia. Segundo, competir con adversarios novatos, sin formación política y poco conscientes de sus limitaciones. Nasralla, Contreras, Asfura y Zambrano saben poco del juego político y fácilmente confunden lo que es el deporte, los negocios y las aspiraciones personales con lo que son las reglas de la política.
Y la tercera ventaja es que cuenta con unos aliados naturales, que le admiran y le respaldan o, en el peor de los casos, le ayudan a sacar las castañas del fuego.
En el principio fue Melgar Castro, después Carlos Roberto Reina y ahora Carlos Flores.
Por las ventajas anteriores, Mel ha revertido lo que parecía imposible: tomar el control del CNE. Con el apoyo de la Fiscalía General, que ha sustraído los papeles de la administración, ha paralizado la gestión y frenado el pago de las obligaciones. Y con la habilidad de Marlon Ochoa que, con enorme paciencia, ha logrado derribar la confianza de Ana Paola Hall, obligándola a interponer su renuncia, pasando por alto los dirigentes liberales y nacionalistas que no tienen en el Congreso los votos para nombrar a su sustituta. Y que ella no puede imponer condiciones. Contreras es un novato que conoce poco de estos tejemanejes. Por ello, no logra hacer grupo de acción con Nasralla, que tampoco puede anticipar las jugadas en las que Mel les congela el juego, creando una situación en la que en el peor de los casos logró la parálisis del CNE, porque aunque APH continúe integrando el CNE, puede dejar de asistir y ser sustituida por un suplente – leal a Mel que consiguió sacarlo del bolsillo de Asfura – reintegrando a Marlon Ochoa, lograr mayoría. Y en septiembre Ochoa se puede convertir en el presidente del CNE.
Todo dentro de la “legalidad burguesa” y sin el rechazo de las famosas “diez familias” a las que Mel ha satanizado para que, vía la amenaza, le financien la campaña y le permitan ganar las elecciones.
Conquistado el CNE, le faltará el favor del electorado. Las encuestas no favorecen a Rixi. Xiomara cuenta con un apoyo menor al 40%, lo que hace difícil que la candidata oficial gane. Pero no es imposible. Mel ha logrado el control de la mayoría de los factores del poder y puede hacer “milagros”.
Tiene en contra la historia. Las parálisis políticas nos llevaron a la guerra civil en 1902, 1919, 1924 y a la guerra de 1969 con El Salvador. Algunos analistas extranjeros creen que nos enfrentaremos “hermanos en contra de hermanos”. Hay que esperar que se equivoquen.
las columnas de LP