Elegir ladrones

En un país con dignidad, un criminal confeso, un prófugo y un político acusado de corrupción serían expulsados de la vida pública

  • Actualizado: 03 de marzo de 2025 a las 00:00 -

En un país con dignidad, un criminal confeso, un prófugo y un político acusado de corrupción serían expulsados de la vida pública. En Honduras, no solo son recibidos como héroes, sino que regresan con aspiraciones electorales.

Yani Rosenthal, condenado por lavar dinero del narcotráfico, fue candidato presidencial en 2021. Rodolfo Padilla Sunseri, prófugo de la justicia por corrupción, busca nuevamente la alcaldía de San Pedro Sula.

David Chávez, acusado de desfalco y exiliado para evadir la justicia, vuelve con intenciones políticas intactas. ¿Hasta cuándo se permitirá este descaro?

Aquí, el crimen no solo paga, sino que abre puertas al poder para que se sigan burlando de usted y de mí. Los partidos políticos son refugios de impunidad, protegiendo y reciclando a quienes han saqueado al país. Los corruptos no temen a la justicia porque saben que la memoria del pueblo es corta y la indignación, pasajera. Y lo peor: saben que la gente con hambre votará por ellos.

Yani Rosenthal lavó dinero para el narcotráfico y se declaró culpable en EE.UU. Padilla Sunseri huyó cuando se destaparon sus escándalos de corrupción, y ahora regresa a la política sin vergüenza. David Chávez, señalado por el desfalco de millones, desapareció para evitar enfrentar sus acusaciones y vuelve como si nada.

En Honduras, ser corrupto no es un impedimento, es un trampolín. El problema no es solo que estos personajes regresen con desfachatez. El verdadero drama es que miles de hondureños están dispuestos a votar por ellos.

Aquí, la corrupción no descalifica, pareciera que, por el contrario, fuera un requisito. Es solo un obstáculo temporal que se supera con una buena estrategia de marketing. Los mismos rostros, los mismos delitos, pero con discursos nuevos.

Honduras no cambiará con reformas electorales si los votantes no entienden que elegir corruptos es un suicidio colectivo. Si permitimos que criminales gobiernen, estamos condenados al colapso.

Y cuando el próximo delincuente vuelva del exilio a pedir el voto, la pregunta no es si se atreverá, sino si volveremos a ser lo suficientemente estúpidos como para dárselo.

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