Un día, llegó un mensajero a decirle a Job: “¡Unos bandidos de la región de Sabá nos atacaron y se robaron los animales!”. Todavía estaba hablando ese hombre cuando otro mensajero llegó y le dijo a Job: “¡Un rayo acaba de matar a las ovejas y a los pastores!”. No terminaba de hablar ese hombre cuando otro mensajero llegó y le dijo: “¡Tres grupos de bandidos de la región de Caldea nos atacaron, mataron a los esclavos, y se llevaron los camellos!”. Todavía estaba hablando ese hombre cuando un cuarto mensajero llegó y le dijo a Job: “Todos tus hijos estaban celebrando una fiesta en casa de tu hijo mayor. De repente, vino un fuerte viento del desierto y derribó la casa. ¡Todos tus hijos murieron aplastados!” (Job 1:13-19).
Cuando supieron todo lo malo que le había sucedido a Job, sus amigos se pusieron de acuerdo para “consolarle” y decirle una cosa en particular: todo lo ocurrido era consecuencia de su pecado. “¡No me vayas a decir que quien hace lo bueno sufre y acaba mal! —le dijo uno de ellos— He podido comprobar que quien mal anda mal acaba” (Job 4:7-8, TLA).
Job, por su parte, defendió incansablemente su inocencia y buscó su vindicación con Dios. Pero Dios le respondió con una serie de preguntas relacionadas con su creación (cap. 38-41). En lugar de proporcionar una explicación sobre por qué permitió el mal y el sufrimiento aun siendo Job una persona intachable, Dios le reveló, más bien, su carácter.
K.T. Sim comenta al respecto: Job no necesitaba comprender completamente los caminos de Dios, porque ningún ser humano puede. Solo necesitaba humillarse, buscar conocer a Dios profundamente y confiar en Él de todo corazón. Su desgracia le enseñó a correr hacia Dios como el único lugar seguro de refugio.
¿Adónde corre usted cuando se siente mal, querido lector? Job no recibió una explicación de lo sucedido, pero descubrió que, cuando la vida resulta corta, Dios es suficiente.