Si bien el diccionario señala que las palabras “aspiración” y “ambición” son sinónimas, quizá por algún sesgo de percepción personal relaciono más la ambición con el poder y la riqueza, y la aspiración con la esperanza y el empeño.
Es posible que no haya mucha diferencia entre una y otra palabra; sin embargo, creo en las sutilezas del lenguaje como parte importante de lo que deseamos comunicar.
Hace pocos días pensaba en las aspiraciones y ambiciones que tenemos de cara al futuro próximo, que está marcado en la conversación pública por las elecciones generales de noviembre y los resultados de las primarias recientes.
Surgen simpatías y temores a las ideologías de los partidos en disputa, a la aplicación de modelos importados de toda índole y los efectos que esto podría traer para la vida de todas las personas que vivimos en esta Honduras.
Nos movemos entre la ingenuidad y el miedo, con el pensamiento constante de que podría suceder cualquier cosa, como una forma de aceptación de reglas no escritas que hemos construido a lo largo de nuestra historia reciente, no digamos la lejana.
En este escenario, vale la pena dejar claro que el comunismo, como etapa superior del socialismo, es utópico; sin embargo, sus intentos más cercanos en nuestra Latinoamérica parecen muy lejanos de lo que deseamos para Honduras, pues lejos de reproducir mejores niveles de desarrollo para sus habitantes han expandido la pobreza.
Sí, también hay que reconocer que, en países como Honduras, con más del 60% de la población en condiciones de pobreza, un escenario de esa naturaleza tampoco parece ajeno a la mayoría; no obstante, desestimar al otro 40% de la población puede resultar equivocado.
También hay que reconocer que los modelos actuales de derecha no están libres de pecados. Ni siquiera el ejemplo salvadoreño, tan admirado por muchos.
Hay temas subyacentes, como la intolerancia y el deseo de poder creciente, que no entiende de ideologías.
Realmente, ¿confiamos tan poco en nuestras propias capacidades, en el talento hondureño y en las ideas nuevas generadas aquí que no podemos vernos y decidir nuestro propio destino sin necesidad de copiar ideas ajenas?
Casi puedo asegurar que al voto joven podría interesarle más una propuesta propia, que dé cabida a sus anhelos, producida por nuestra propia gente, que cualquiera que sea una mera importación.
Perder el tiempo hablando de la admiración que provocan algunos modelos y sus principales liderazgos deja por fuera a los que piensan distinto. ¡Y cuánto se pierde cuando no nos abrimos a crear nuestra propia idea de futuro compartido!
Sé que al igual que muchas otras personas de esta patria aspiramos a tener la capacidad de elegir nuestro destino, bajo el respeto a nuestras leyes, con un sentido grande de bien común. Me acompaña el cansancio de ver la ambición desmedida de muchos, que defienden cualquier postura por una cuota de poder, pequeña o grande.
Aspiro a vivir en una sociedad en la que las autoridades sean capaces de articular el diálogo respetuoso con todos los sectores, con los afines y los lejanos; de comprender que el ejercicio del poder implica una enorme responsabilidad y no solamente el privilegio de decidir por los demás. Que la ambición no entorpezca las aspiraciones, que se acompañen y sean una buena guía.
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