Amor real

Algunos siglos después, uno de los descendientes del peculiar rey tuvo un “problemita” parecido cuando se enamoró de una “socialite” norteamericana divorciada.

  • 25 de mayo de 2025 a las 23:00 -

En tiempos de antaño ser rey significaba mucho, significaba ser el amo y señor del imperio comandado, nada más y nada menos. Nada ni nadie podía interponerse entre el monarca y sus deseos. Nada, excepto la Iglesia y sus reglas, porque si existía algo tan poderoso como la corona era el clero.

Uno de los tantos casos conocidos de reyes caprichosos es el de Enrique VIII de Inglaterra, quien aparte de deshacerse de sus seis esposas una por una, sin mayor problema, podría decirse, logró que su imperio cambiara la religión que había profesado desde siempre cuando esta impedía su unión con Ana Bolena.

Esto se dice fácil, pero en realidad el soberano tuvo que hacer y deshacer para que su relación con Bolena fuera aceptada, incluso mandar a decapitar a su mejor amigo Thomás Moro cuando se dio cuenta de que no podría convencerlo de apoyarlo. Todo para que cuando se cansara de esa esposa que tanto le había costado terminara por mandarla a decapitar a ella también. No sin antes inventarle un amante (había que justificar ese castigo) y enviarlo a este también, al cadalso. ¡Desde luego que nadie creyó que la reina consorte hubiera cometido adulterio ... ¡con su propio hermano! ¿Pero qué se podía hacer? Si el rey así lo aseguraba, así debía de ser. Ana Bolena, de 35 años, fue ejecutada un 19 de mayo, pero de 1536. La mujer que la sucedió en la habitación real no corrió con mejor suerte, cabe aclarar.

Algunos siglos después, uno de los descendientes del peculiar rey tuvo un “problemita” parecido cuando se enamoró de una “socialite” norteamericana divorciada. En este caso no había ya tanto poder como para cambiar el protocolo de la familia real, que prohibía a su majestad casarse con una mujer que hubiera estado casada antes. Era tanto el amor y devoción que Eduardo VIII de Inglaterra llegó a sentir por Wallis Simpson que se vio obligado a abdicar, renunciando a todos los privilegios a los que tenía derecho y dejando a su país y a su hermano (padre de la reina Isabel II) en grandes problemas. Ambos, Eduardo VIII y Simpson, fueron desterrados y se refugiaron en Francia, donde vivieron hasta el final de sus días, deshonrados pero juntos, no se sabe si felices, pero juntos. Todo esto sucedió en el marco de la Segunda Guerra Mundial.

Ya en tiempos modernos, la historia volvió a repetirse en la familia Windsor cuando Harry, príncipe de Gales e hijo de Carlos y Diana, se enamora de Megan Markle, actriz también estadounidense y divorciada. Solo que a estas alturas la monarquía no es ni la sombra de lo que fue y la nueva generación tal vez ya no se lo toma tan en serio. Así debe ser cuando Harry, alegando que su esposa no fue bien recibida por su familia, decide renunciar a sus títulos, derechos y obligaciones, y mudarse con ella aquí y allá, donde les permitan quedarse.

Desde el 19 de mayo de 2018 que el príncipe decidió unir su vida con la controversial artista, su vida se convirtió en un remolino de problemas que su abuela Isabel II debe seguir lamentando desde la tumba.

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