Honduras
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En cualquier esquina de las calles y avenidas de San Pedro Sula o Tegucigalpa, a la orilla de las carreteras que conducen al Caribe o al Pacífico, varios miles de hondureños se ganan la vida poniendo parches, mechas, inflando llantas y enderezando los rines de vehículos conducidos por conductores en aprietos.
Los llanteros, ignorados cuando no son necesarios, se han convertido en parte esencial de la economía informal y en elementos clave en la movilidad del país, por ser la única solución y salvación en el camino cuando se desinfla o explota la llanta de un carro familiar, camión que transporta mercancías, autobús con pasajeros; motos y bicicletas.
Se caracterizan por ser hábiles para desarmar y armar llantas en cuestión de minutos y, aunque nunca han recibido una capacitación en inteligencia emocional, tienen la capacidad para soportar a clientes exigentes, testarudos y maleducados.
Dentro de este oficio, no todos son hombres; hay una que otra mujer experta en utilizar la pistola de impacto para desatornillar rines, encontrar perforaciones en el rodaje, vulcanizar y montar las llantas, como Elizabeth Toro, una pequeña empresaria de 25 años, propietaria de Multiservicios El Chele, ubicado entre la primera y segunda calle, séptima avenida del céntrico barrio Santa Anita de San Pedro Sula.
“Este trabajo lo aprendí cuando era muy pequeña, le he dedicado básicamente 16 años de mi vida y no me arrepiento de haber aprendido este oficio, aunque eso conlleve muchos golpes, machucones; tratar con gente pedante, por el simple hecho de ser mujer trabajando en un oficio de hombre.
Me he topado con personas que me dicen: ‘¿Y vos me vas a atender?’ No hay nadie en el negocio, yo salgo a atenderlos, pero me preguntan: ‘¿No está el llantero?’. Varios clientes se han ido y me han dicho: ‘Vos no podés tocar mi llanta, vos no podés hacer este trabajo, sos mujer y tenés que estar en la casa’”, relata.
Toro hace las reparaciones y administra la llantera que hace aproximadamente 30 años abrieron su padre, Rigoberto Toro, y su madre, Mercedes. Ella ahora es especialista en reparar llantas de equipo pesado, condición que le permite captar un determinado nicho de mercado que no es atendido por la competencia.
“Yo reparo llantas de equipo pesado y equipo liviano. Trabajo con llantas con blindaje, que es un trabajo muy difícil, de aproximadamente una hora. Este sistema de llantas lo tienen los carros que transportan valores de los bancos. Yo me he especializado en equipo pesado (camiones, buses y montacargas), con diferentes tipos de rines y aros. Hay llantas que tienen de dos a cuatro aros. Hay llanteras que hacen este trabajo con equipo hidráulico, yo lo hago bien con las manos”, dice.
Toro, quien cursó el bachillerato, piensa estudiar en la universidad una carrera relacionada con contabilidad o administración de empresas por las noches, pues durante el día ella sola atiende el negocio; de lunes a viernes abre a las ocho de la mañana y cierra a las seis de la tarde. Los sábados, hasta las tres de la tarde.
A menos de un kilómetro a la redonda de Multiservicios El Chele, hay alrededor de diez llanteras, y en toda la ciudad más de 200 negocios, entre pequeños, medianos y grandes, que emplean desde una hasta diez personas que han aprendido el oficio de manera empírica y sostienen a su familia con los ingresos captados durante el día o como salario si laboran en un negocio constituido formalmente.
Ariel Umanzor Triminio, propietario de Llantera La Bendición de Dios, situada en la avenida Circunvalación de San Pedro Sula, se siente satisfecho con su negocio porque recibe la suficiente cantidad de clientes que le permite pagar alquiler, energía, agua, impuestos, generar dos empleos y obtener ingresos para mantener a su familia.
“Nosotros reparamos llantas de todos los carros y con esto ayudamos a que la economía se mueva. También vendemos llantas, que es una actividad importante dentro del comercio porque cada carro liviano usa cuatro llantas. Yo genero tres empleos, el mío y el de dos muchachos a quienes les pago el salario mínimo. Con este negocio mantengo a mis cinco niños y pago impuestos porque estoy constituido legalmente; utilizo facturas con RTN y código CAI”, dice.
Umanzor Triminio, de 33 años, aprendió el oficio a los 14 años y hoy aspira a que Llantera La Bendición de Dios se convierta en una empresa más grande “para generar más trabajos a personas que necesitan tener ingresos para vivir y llevar alimentos a sus familias”.
En el país no existe una institución que posea un registro o censo de llanteras; sin embargo, los dueños de estos establecimientos calculan que hay varios miles que emplean entre dos y tres personas, la mayoría jóvenes que no han tenido la oportunidad de estudiar.
Detrás de cada llanta parchada hay una historia de esfuerzo, resistencia y subsistencia,creen los clientes.
Los llanteros de Honduras, con sus manos ennegrecidas por el caucho y el polvo, sostienen silenciosamente una parte fundamental del engranaje del país.
“Si no existieran las llanteras, no podríamos movernos. Cuando se nos 'puncha' una llanta, en lo primero que pensamos es en una llantera. Hay que buscar una llantera. También todos tenemos preferencias por algunas llanteras”, dice Michael Sánchez, quien buscó los servicios de reparación en una llantera.
Anualmente, sin incluir las usadas, Honduras importa cerca de 100 millones de dólares en llantas nuevas fabricadas en China, Tailandia, Costa Rica, India, Japón, Brasil y Estados Unidos, según la plataforma digital de datos abiertos TrendEconomy.