Desesperación, angustia, inseguridad, frustración e incertidumbre son algunos de los estados de ánimo de nuestro pueblo ante los índices de desempleo, particularmente entre la juventud, aun si posee título de educación superior; decreciente poder adquisitivo para cubrir las necesidades básicas: alimentación, salud, vivienda, afectando ya no solo a los tradicionalmente marginados, también a los estratos medios.
Sentimientos y estados de ánimo cada vez más generalizados, tanto entre los que residen dentro del territorio nacional como en quienes tuvieron que irse en busca de las oportunidades que no encontraron en su tierra natal. La sensación de estar en un callejón sin salida, atrapados y sin rutas de escape, origina pesimismo e impotencia ante el presente y futuro.
Las estrategias de supervivencia -incluyendo el emprendedurismo-, son cada vez más limitadas por el acceso al crédito, la extorsión, altos índices de delincuencia. El contrato social entre gobernados y gobernantes se debilita, al igual que la inexistencia de consensos alrededor de objetivos compartidos entre los de arriba y los de abajo.
Las cifras recién divulgadas por el Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep) son alarmantes, dramáticas: con un 62.9% de pobreza ocupamos el primer lugar entre los países centroamericanos. Tanto quienes viven dentro como fuera de Honduras, es decir, los deportados, cuyo número se incrementa, no logran insertarse satisfactoriamente en la patria que dejaron atrás, precisamente por la falta de oportunidades laborales y/o amenazas y atentados recibidos.
Un sentido de urgencia -con el tiempo cada vez más limitado- debería estar presente y vigente entre quienes bregan por ser electos. Los días, semanas, meses vuelan y el deterioro se acelera.
Cualquier partido político y candidato que triunfe este 30 de noviembre está obligado a proceder en consecuencia, integrando cuadros capaces, honestos, dispuestos a dar lo mejor de sus talentos y energías en pro del bien colectivo, a la altura de los desafíos crecientes, lo que significa presidir los destinos de una nación en bancarrota -ética y materialmente-, con profundas crisis ambientales, carcomida por la corrupción e impunidad.
Es urgente pasar de la propuesta a la acción, pues la sociedad ya está cansada de promesas que son incumplidas una vez que se hacen gobierno. Ahora mismo deben implementarse las indispensables rectificaciones e innovaciones necesarias.