Aquellos hombres que abusando de su fuerza corporal acosan, humillan, abusan, trafican, mutilan, torturan física y psicológicamente a las mujeres, sean estas su pareja, parientas o desconocidas: niñas, adolescentes, adultas, constituyen por partida doble casos patéticos de cobardía al ser incapaces de asumir la responsabilidad de sus actos transgresores de la ley y la moral: una vez han agredido, violado cuerpo y dignidad, herido o asesinado, escapan y se ocultan en vez de asumir su condición supuestamente varonil.
Lejos de entregarse a las autoridades para ser juzgados, vencidos en juicio y sentenciados se ocultan o se suicidan, en intento por evadir a la autoridad y expiar su delito.
Sea que hayan actuado de manera impulsiva o premeditada, reflejan el machismo firmemente enraizado en la psique masculina desde siempre, producto de sociedades patriarcales que perciben a las féminas como meros objetos de placer, desprovistas de derechos, intelecto y sensibilidad.
Son cosificadas, despojadas de su humanidad, instrumentalizadas, manipuladas, comercializadas.
Más allá de nivel educativo, condición social y económica poseen un común denominador: un complejo de inferioridad disfrazado de superioridad que los hace verse a sí mismos como infalibles y omniscientes con respecto al sexo opuesto. Las obligan a servirles incondicionalmente, satisfaciendo -en todo momento- sus deseos y caprichos.
Ordenan, no dialogan, prometen e incumplen, seducen para luego renegar de las obligaciones contraídas, engañan a su pareja de diversas maneras, incluyendo el adulterio y la promiscuidad sexual, careciendo de un código ético.
Y cuando la mujer, despojándose de temores, los acusa formalmente ante las autoridades, los victimarios se presentan como víctimas incomprendidas, demostrando de nueva cuenta su cobardía y falta de entereza.
Afortunadamente contamos con varones responsables, respetuosos, compenetrados de sus derechos y deberes para consigo mismo y con el sexo opuesto.
La enseñanza de género debe ser inculcada desde las primeras etapas del proceso educativo a fin de que las generaciones emergentes no perpetúen estereotipos de los adultos. Solamente así logrará romperse el círculo vicioso y letal del machismo, que hiere, destruye y mata.