Es necesario y posible alcanzar consensos y convergencias alrededor de los temas torales que agobian a nuestro pueblo: salud, educación, empleo y seguridad. Existen razones de peso para ser optimistas, dejar atrás la recíproca desconfianza, afianzando lazos que nos unen, más allá de divergencias político-ideológicas.
Obviamente, ello requiere el despojarnos de sectarismos infecundos, de egoísmos sectarios, de ventajismos, para dar inicio a negociaciones sinceras, sin trampas, que garanticen poder alcanzar acuerdos básicos, investidos de mucha paciencia y buena fe.
Si requerimos de un intermediario negociador, pensemos en personas neutrales, con habilidades para encontrar coincidencias y lograr acercar a las partes.
Pudiera ser tal persona el representante local de la Organización de Naciones Unidas o de la Unión Europea, con adecuada objetividad y neutralidad. Ambos están al tanto de las problemáticas diversas que enfrentamos y poseen la capacidad de poder destrabar pláticas que alcanzan un punto muerto para lograr superarlas y profundizar los acercamientos hasta finalmente alcanzar acuerdos aceptados y ratificados por todas las partes involucradas.
Actuando y pensando en función del bien colectivo, armados de sinceridad, buena voluntad y mutua confianza, despojados de prepotencias, con madurez política y emocional, con un sentido de urgencia, resulta factible el poder arribar a destino final, en armonía y concordia.
Si, por desgracia, no es posible llegar a las metas con las que se inició el diálogo, y el mismo colapsa, al menos tanto las hondureñas como los hondureños, como la comunidad internacional, serán testigos fieles de que cuando al menos se intentó genuinamente remontar nuestras diferencias.
Lo grave y peligroso sería el habernos negado, desde el inicio, a dejar atrás discrepancias aparentemente imposibles de superar, con ello demostrando cuán inflexibles, dogmáticos y poco inteligentes hemos sido para sentarnos a una mesa negociadora, romper el hielo y los nudos gordianos y poder decir al unísono: patria, para servirte estamos.
Esta y las siguientes generaciones aprobarán o condenarán a quienes rehusaron cualquier posibilidad de acercamientos de recíproco beneficio.
Recordemos lo ocurrido a finales de 1923 y primeros meses de 1924, cuando la mutua ambición de los tres candidatos a la Presidencia desembocó en la guerra civil más trágica y sangrienta de nuestro pasado, que para superarla se requirieran miles de muertos y mutilados, destrucción de propiedad y la intervención extranjera. ¿No logramos aprender aquella lección?