¿Quiere ser feliz, querido lector? Déjeme contarle lo que la Biblia dice con respecto a la felicidad. En la sección titulada Jesús, Dios y nosotros (Juan 9), la Traducción Lenguaje Actual de la Escritura resalta que la felicidad está intrínsecamente asociada con la obediencia a los mandamientos divinos: “Si obedecen todo lo que yo les he mandado, los amaré siempre, así como mi Padre me ama, porque yo lo obedezco en todo. Les digo todo esto para que sean tan felices como yo. Y esto es lo que les mando: que se amen unos a otros, así como yo los amo a ustedes” (vv. 10-12).
¿Cómo sabemos que estamos obedeciendo? Si estamos amando. Pero este amor no tiene nada que ver con lo que se le cita como tal en las películas o las telenovelas. Es, más bien, una acción que se caracteriza por ser desinteresada y sin condiciones. Los expertos lo bosquejan así: “Este sentimiento trasciende las limitaciones y expectativas, aceptando a alguien sin importar sus desperfectos o circunstancias. A diferencia del amor condicional, que se basa en intercambios y expectativas, el amor incondicional es un afecto que no exige contrapartidas”. En resumen: es un amor que siempre quiere el bien de los demás sobre todas las cosas.
La desobediencia a los mandamientos de Dios, especialmente al mandamiento de amar (como decía Agustín de Hipona, ama y haz lo que quieras), nos roba la felicidad. Por eso, la invitación aquí es a acercarnos a Dios, a escuchar a Jesús y a dejarnos potenciar por su Espíritu para que podamos obedecerle, lo que resultará en un gozo abundante que el mundo no puede dar y no puede quitar. “Por eso les digo —escribe el apóstol—: obedezcan al Espíritu de Dios, y así no desearán hacer lo malo... el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos” (Gálatas 5:16, 22, TLA).