“Nada es más honorable que un corazón agradecido”: Séneca.
Nadie nace con la habilidad de ser agradecido; es el resultado de una virtud que debe ser entrenada a través de prácticas que son modeladas a nivel familiar, social o cultural, en las que se expresa y se dan gracias a otros. La gratitud es un sentimiento positivo por las cosas buenas y experiencias, desde las más grandes hasta los pequeños detalles.
Según estudios del Dr. Emmons y del psicólogo Michael E. McCullough, de la Universidad de Miami, se realizó un estudio en el que pidieron a los participantes escribir cada semana algo que les hubiera hecho sentir agradecimiento; a otros, aquello que les hubiera disgustado. Después de 10 semanas los que escribieron sobre la gratitud se sentían más optimistas y mejor sobre sus vidas; hicieron más ejercicio físico y visitaron menos al médico que los que se enfocaron en las molestias o desavenencias. Este reporte lo realizó la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard. Descubrieron que la gratitud reduce el riesgo de depresión, ansiedad y trastornos por abuso de sustancias. El rey David exhortó al pueblo de Dios con las siguientes palabras: “Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre”, Salmo 100:4 (NTV). Una persona agradecida siempre reconoce que todas las bendiciones son el resultado de la gracia y direcciona la atención a Dios, logrando siempre encontrar las puertas abiertas.
La gratitud es un antídoto contra la depresión: en vez de enfocarse en lo que no tiene, da gracias por las bondades que Dios ha dado a su vida. El agradecimiento mejora las relaciones interpersonales, ya que su servicio y entrega los hace sabiendo que la recompensa viene del Señor siempre. Ser agradecido es un estado de vida que fortalece su espíritu y le permite mantener una perspectiva positiva; activa la fe en tiempos difíciles. ¡Siempre tenga fuerza y honor!