“La calidad no es un acto, es un hábito”: Aristóteles.
La calidad en todas las áreas nunca es accidental, suele ser un hábito en la vida; siempre es el reflejo del esfuerzo, sacrificio, disciplina en llevar un sistema consecuente con la realidad y necesidad. Existe la calidad en el servicio, producto, percibida y total; cuando se logra enfocar en ello se reducen los costos, existe el aumento en la satisfacción de las personas y definitiva hay una ventaja competitiva, a pesar de un mercado dominado por la sobreoferta, competitividad y la inestabilidad se exige la entrega de producto con alto valor. Los beneficios siempre nos dan una mayor posibilidad de evaluación de resultados y una garantía correcta de evaluación de recursos.
De igual forma, otro beneficio es que se incrementan la clientela, mayor confianza en los productos y mayor imagen institucional y su credibilidad. Los beneficios se podrán medir a largo plazo, se incrementan las ventas y una mayor oportunidad de evaluación de resultados. Cuando se adquiere un producto de baja calidad, esto obliga muchas veces al reemplazo con mayor frecuencia e incluye en gastos adicionales; conforme pasa el tiempo, muchos artículos “baratos” se convierten en grandes y constantes inversiones, en donde siempre se termina pagando más en mantenimientos, inestabilidad o pérdida de información. En la escritura bíblica, la vida como excelencia y propósito, en toda su dimensión; la vida ahora es una lucha, una carrera, una labor ardua.
No descansamos de vivir esforzados y vivir bien, no solo en este tiempo, sino en la eternidad los costos son grandes, quizá implica perder para que otros ganen. Estamos por experimentar una vida de propósito en todo. “Ahora tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón, pero nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos”, 2 Corintios 4:7 NTV.