Honduras ha vivido demasiados diagnósticos. Sabemos cuáles son nuestros problemas: un sistema de justicia que no da respuestas, hospitales sin medicinas, escuelas sin internet, un déficit de vivienda que crece, un Estado sobredimensionado y una energía más cara y sucia que la de nuestros vecinos. El ciudadano lo siente a diario. La pregunta ya no es qué falla, sino cómo resolverlo.
La respuesta está más cerca de lo que imaginamos. Hoy, la inteligencia artificial y el gobierno digital ofrecen herramientas probadas que otros países ya utilizan con éxito. Estonia y Guatemala, por ejemplo, han demostrado que digitalizar trámites y usar datos de manera transparente no solo reduce la corrupción, sino que hace más eficiente al Estado.
Aplicar esta lógica en Honduras no es un sueño lejano. Significa que un medicamento pueda rastrearse desde que entra al sistema hasta que llega al paciente. Que un homicidio no quede en el olvido porque exista trazabilidad en cada etapa de la investigación. Que un niño en la zona rural tenga internet en su escuela y pueda aprender con el mismo acceso al conocimiento que un niño en la ciudad.
Hoy, con apenas 48% de cobertura en educación preescolar, la más baja de Centroamérica, la brecha digital es una urgencia nacional. La digitalización también es la llave para reducir el gasto corriente y eliminar instituciones obsoletas que hoy absorben millones sin utilidad. Con plataformas de trazabilidad, auditorías digitales y sistemas de compras abiertos, cada lempira puede rendir más y llegar donde realmente se necesita.
En el sector energético, la IA permitiría monitorear pérdidas en tiempo real y planificar con precisión el ingreso de energías renovables. En vivienda, sistemas de gestión digital garantizarían que los proyectos se ejecuten con transparencia y rapidez.
El país necesita una decisión firme: apostar por la transformación digital y la inteligencia artificial como política de Estado. No se trata solo de modernizar, sino de devolverle a la gente algo que hace mucho perdió: la confianza en que sí es posible cambiar Honduras. Porque, al final, la verdadera innovación no está en la tecnología, sino en la voluntad de usarla para transformar vidas.