“La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia”: Albert Einstein.
La historia no solo la forjan las personas brillantes, capaces y competentes. La historia registra a los tontos, ineptos e incompetentes, quienes, sin darse cuenta, producen resultados duraderos. Una de las derrotas más devastadoras de Napoleón fue porque sus subordinados volaron un puente por error, dejando a su ejército en la orilla enemiga de un río. Abraham Lincoln fue asesinado mientras su guardaespaldas estaba ebrio, en lugar de proteger la tribuna presidencial del teatro Ford. En la práctica se logran evidenciar los síntomas de la incompetencia, como ser la baja autoestima, la percepción del fracaso, sentimientos de impotencia, mayor sensibilidad a la autocrítica, ansiedad y la limitación para enfrentar los desafíos de la vida. Hay evidencias de personas que prefieren aislarse socialmente o encerrarse por miedo a ser realmente vistas.
Es evidente que los mensajes culturales donde se promueven solo estándares de belleza, fuerza, fama y poder son influyentes en una sociedad que carece de valores y principios. Las raíces de la incompetencia pueden ser desde una crianza excesivamente crítica, figuras de autoridad humillantes, relaciones de intimidación y abuso. Siempre pueden generar, en forma personal, trastornos de salud mental como la depresión, la ansiedad, la codependencia y el estrés. Le parece que existe un aumento de personas que manejan en nuestras calles en estado de demencia. Las conductas son patológicas e incitan a la violencia y división.
Hay una necesidad de educación, transformación y una mayor dimensión en el desarrollo integral. El gran apóstol Pablo reconoce que existe una competencia que es divina y no humana: “No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios”, 2 Corintios 3:5. Urge que se levanten liderazgos responsables y humildes, líderes que escuchen, aprendan, colaboren y sirvan. Hay que volver a los principios espirituales y éticos, y a la cooperación por encima de la competencia egoísta.