“Esperamos que pueda suceder cualquier cosa y nunca estamos prevenidos para nada”: Anne Sophie.
La incertidumbre es esa sombra que siempre nos persigue, y en estos tiempos muchas afloran con emociones negativas. La combinación perfecta es la incertidumbre y el miedo, estos son inseparables, que neutralizan la creatividad y el anhelo de avanzar en la salud, en la economía, la seguridad personal, familiar y colectiva de una ciudad y naciones. Produce el estrés, ansiedad, parálisis o huida de las circunstancias.
Cuando no se sabe qué depara el futuro, las personas se enfrentan a la incertidumbre. La realidad es obtener los mejores beneficios, aceptar el presente y ver las fluctuaciones de la vida con planes estratégicos. Enfóquese en qué áreas puede realizar los cambios, nunca trate de enmascarar la dificultad, identifique sus emociones sin juzgarlas o rechazarlas, es por ello que cuando alguien llora o ríe efusivamente; nunca haga crítica porque nadie sabe el valor de ese momento que la persona está viviendo. Aprenda a filtrar los pensamientos y cuáles son los buenos y los malos y logre desecharlos. La preocupación por sí sola no evita que algo malo ocurra, por eso es necesario ocuparse más cada día. La incertidumbre no es una amenaza, sino un desafío que debe impulsar a reflexionar y aprender. Es un aprendizaje de la vida que la incertidumbre le lleve a salir de la zona de confort y rompa las estructuras mentales rígidas para establecer prioridades y alcanzar metas a corto mediano y largo plazo. La universidad de College de Londres hizo un estudio y encontró que la incertidumbre puede causar más estrés que un estímulo doloroso.
Abrazar la incertidumbre, sobre todo en una sociedad actual donde el progreso y productividad cuentan más que nunca, a las personas le hace ver un cuadro aterrador, está a la espera de decisiones trascendentales, confía. “Solo yo puedo predecir el futuro antes que suceda. Todos mis planes se cumplirán porque yo hago todo lo que deseo”, Isaías 46:10 NTV.