Jorge Alberto Ramos Rivera nos ha abandonado. Era mi hermano querido de tres que vinimos del mismo vientre de Ernestina Rivera Girón, nuestra querida e infinita madre. Crecimos juntos con el abrigo maternal y disfrutamos, como no podría desearlo más, nuestra maravillosa infancia con algunas carencias, porque los sueldos de los maestros en ese entonces eran sumamente raquíticos. Pero nunca nos faltó nada esencial, sino que más bien tuvimos en abundancia amor y valiosísimos consejos maternales que son la guía en nuestras vidas.
Jorge fue siempre un chico audaz y muy inclinado a los negocios. Recuerdo cuando éramos niños, él se levantaba en la madrugada para contar los sacos de café o maíz que subían o bajaban en la tienda La Moderna, de don Lorenzo Amador, en Jesús de Otoro, o alquilaba un burro para acarrear leña y venderla a los parroquianos. Mi madre no lo obligaba porque ella se esforzaba para suplir nuestras necesidades.
Los tres teníamos cada uno su carácter, inclinaciones en la vida, pero en el momento de los juegos, principalmente con Jorge, con quien conservé la bella hermandad que siempre nos unió. Mi hermana era 6 años menor que yo y quedó muy niña cuando abandoné la casa para ir a trabajar y a la universidad.
Para estudiar la secundaria, yo partí solo hacia La Esperanza a los 11 años y mis hermanos se quedaron con mi madre en Otoro. Tres años después vinieron conmigo a la vieja casa heredada de mi abuela Mercedes, a quien no conocimos. Murió antes de que naciéramos. Pero mamá nos hablaba tanto de ella que era como si la hubiésemos conocido.
Cuando yo salí para La Lima a trabajar en la escuela Esteban Guardiola, con la paciente dirección que me daba don Ibrahim Gamero Idiáquez, mi hermano vino tras de mí y continuó sus estudios en el Dionisio de Herrera, en donde se graduó. Luego se empleó en las fincas bananeras de tío Camilo Rivera Girón, ahí actuó como mandador cuando era adolescente.
Yo partí a Tegucigalpa para estudiar Medicina y él fue tras de mí para emplearse en el Banco Atlántida, pero en ese tiempo se enamoró de María Luisa Martínez, quien al graduarse en la Escuela Superior regresó a San Pedro Sula. Jorge volvió tras de ella a San Pedro y reanudó el trabajo con mi tío en las fincas. Más tarde se independizó y fundó el germen de la empresa, que se agigantaría con el nombre de IDUMECO, y se haría de un gran prestigio en el área de la construcción. Se casó con María Luisa y tuvieron cuatro hijos (Gabriela, Francis, Jorge y Alessandra) y muchos nietos.
No había feriado en que no partiéramos para estar con nuestra madre en La Esperanza. Los hijos gozaban de maravilla con su abuela Mamá Tina. Silvia ya contaba con su hijo Alejandro José, sumado a los de Jorge y los míos (Katia Elizabeth, Víctor Manuel y Mario Fernando).
Jorge militó en el Partido Liberal y fue electo diputado en dos períodos. Un tercer período lo rechazó. Su gestión fue muy patriótica, porque actuó con los principios de honestidad y patriotismo, con los cuales salió de la casa materna. Más tarde organizó una sociedad mercantil en La Esperanza dedicada a la urbanización y se caracterizó por su humanismo, prestando ayuda a quienes se acercaban a solicitarla y cooperando con muchísimas instituciones en La Esperanza, su ciudad natal, como el Club de Leones y la Fundación Intibucana para el Desarrollo.
La partida de Jorge deja rotos nuestros corazones, pero estamos llenos de orgullo por su vida productiva y llena de honor. Honduras reconocerá algún día sus valores. Gracias por la solidaridad.