“Somos mucho más fuertes cuando nos tendemos la mano y no cuando nos atacamos; cuando celebramos nuestra diversidad y juntos derribamos los poderosos muros de la injusticia”: Cynthia McKinney.
Es fundamental que se garantice a todo ciudadano los derechos fundamentales de la dignidad, respeto, libertad y sus condiciones básicas.
No ignoramos que los derechos humanos son esenciales para fomentar la empatía y el imperio de la ley, e imponen a cada individuo la obligación de respetar los derechos de los demás. Se debe admitir la vulnerabilidad humana y aceptar que los derechos humanos deben ser un requisito previo para una sociedad más justa.
Todos tenemos el derecho a la vida; es una obligación para el Estado y entre los ciudadanos respetar la vida dentro del ejercicio de las funciones, poniendo una limitación al actuar de los particulares para que ninguna persona prive de la vida a otra.
Los beneficios de los derechos humanos son múltiples; entre ellos, poder regular la relación entre el Estado y las personas, establecer las condiciones para la vida digna, proteger la dignidad humana y empoderar a los individuos. Todo ello es fundamental para vivir una vida segura, justa y de convivencia social. La dignidad de la persona debe ser hecha a imagen de Dios, la justicia para los oprimidos. “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso”, Salmo 82:3 (RVR60).
Jesucristo dejó sus propios derechos y vino a servir a la humanidad con amor. Buscó a los desvalidos, sanó al enfermo, se pronunció contra la opresión y el abuso de poder; nunca discriminó a nadie ni mostró favoritismo, Él nos ama a cada uno.
La dignidad de los ciudadanos radica en el hecho de ser hechos a imagen y semejanza divina, como hijos amados de Dios, dice: “Le coronaste de gloria y todo lo sometiste bajo sus pies”, Salmo 8:6-7 (RVR60).