Aquella situación no era nada fácil. Militar en algún partido político o por lo menos ser simpatizante significaba asumir que era adversario no solamente político de los contrarios, sino que esa situación se trasladaba a otros ámbitos de la vida, convirtiéndose en una forma de segregación.
Ellos y nosotros, aquellos los malos y nosotros los buenos. Los que no entienden, los egoístas, los traidores, los mañosos, siempre eran los otros.
Por muchos años escuché de voces añosas que ahora ya no están diversas historias de la Honduras de los años 30 a 60 del siglo pasado, cuando la intolerancia política reinaba en el país.
Escuchaba esas historias, que muchas veces no coincidían, entre los adultos mayores de mi familia -había tanto liberales como nacionalistas, que no dejaban de verse con cierto recelo- y me parecía terrible que las diferencias entre ambos se consideraran insalvables.
Con el correr del tiempo comprendí que no es la afiliación política la que nos dice quiénes son las personas, sino la fuerza de sus actos.
Aprendí que la única manera de comprender la visión de los otros es escuchándolos y observándolos, que la sociedad incluyente que deseamos pasa por tomar en cuenta a aquellos con pensamiento distinto, que nos cuestionan, que nos incomodan y que al mismo tiempo nos permiten crecer.
¿Cómo pretendemos fortalecer una democracia, excluyendo deliberadamente a quienes son diferentes, cuando también tienen derechos y deberes?
Por eso no deja de inquietar que haya voces con autoridad diciendo que los miembros de un partido “tienen que haber nacido con una falla genética”, aduciendo que la maldad se encuentra en su ADN. Me pregunto: ¿acaso la corrupción tiene color e ideología? La respuesta ya la conocemos.
Las palabras tienen la cualidad de dar forma a la realidad o, por lo menos, la anticipan, así que luego vimos la exclusión de los principales partidos de oposición, en la controversial elección de la Comisión Permanente del Congreso Nacional.
La inclusión de los diversos actores es fundamental en cualquier democracia, no se trata de ver lo que se ha hecho antes y justificar los errores del presente en un pasado que ya no podemos cambiar.
Se trata de las expectativas que teníamos sobre la actual administración y un actuar diferente, verdaderamente democrático e incluyente. Fuimos a votar con la gran esperanza de demostrar que una Honduras distinta era posible, no para seguir profundizando el deterioro institucional en el que estamos.
Honduras y sus habitantes nos merecemos un proceso real y transparente; sin embargo, a pocos días de las elecciones generales solamente vemos trucos, revestidos de procesos supuestamente legales.
Como sé que pasa con muchas otras personas, anhelo vivir en un país que no repita historias de división y odio que trasciende lo político. Un país plural comienza con autoridades que respetan a todos, con palabras y también con hechos.
Honduras no es de un solo partido, es de todos. Ojalá lo entendamos pronto, que el calendario avanza.
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