El teletrabajo ha crecido en los últimos años. En varios empleos se pueden realizar las actividades a distancia, aumentando la comodidad y flexibilidad del trabajador, y dando flexibilidad y menos carga a los empleadores.
Hay que distinguir los dos tipos principales. Uno consiste en el teletrabajo convencional, donde el empleado permanente de una empresa trabaja parcial o totalmente desde casa. Las ventajas de esto en flexibilidad y simplicidad logística son mitigadas por las desventajas en productividad, producto de las rutinas e interacción directa en un espacio laboral definido.
El segundo tipo es el teletrabajo independiente, en el cual los trabajadores desempeñan sus funciones de manera autónoma, ofreciendo servicios a empresas sin relación laboral. Este modelo ofrece un mejor control del tiempo, pero también presenta retos como la inestabilidad y falta de beneficios. En este caso, las oportunidades no se limitan por ubicación, por lo que se puede competir a nivel mundial.
Después de la pandemia, muchas empresas que habían optado por políticas más flexibles las han endurecido. Sin embargo, siempre ha quedado un modelo parcial en oficina, donde se pueden dar opciones remotas puntuales o calendarizadas.
Uno de los mayores beneficios es la flexibilidad que ofrece. Los empleados pueden ajustar horarios a sus necesidades personales, mejorando la conciliación laboral. Sin embargo, también surge el riesgo de que se borren los límites entre trabajo y vida, lo que puede llevar al agotamiento y al estrés laboral. En el futuro, las empresas deberán crear políticas claras para permitir desconexión y mantener balance sano.
