Wilma Rudolph, en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, ganó tres medallas de oro en velocidad, convirtiéndose en la mujer más rápida del mundo.
Su historia inspiró a generaciones de atletas afroamericanos y mujeres en el deporte. ¿Ese éxito lo produjo la suerte? En cierta forma sí. Déjeme explicarle. Nació prematura y más tarde contrajo poliomielitis, lo que le dejó una pierna muy debilitada. Los médicos dudaban que pudiera caminar.
Pero sus padres decidieron ayudarla. Fueron años de terapia. Largas y dolorosas jornadas de rehabilitación. Pero eso la forjó en una disciplina inquebrantable.
¡Logró caminar! Después comenzó a correr. Para ella fue fascinante poder hacerlo, así que lo hizo cada vez más rápido y mejor. Un entrenador le tomó el tiempo, sorprendido, decidió entrenarla. ¡La decidió a competir! Y su oportunidad llegó en los Juegos Olímpicos de Roma.
¿Tuvo suerte? Sí, porque esta se produce “cuando la preparación se junta con la oportunidad”. El secreto, entonces, está en prepararse, porque las oportunidades vendrán y así se producirá el chispazo que llamamos “buena suerte”.
Piense ahora en un niño que nace en Tres Corazones, Minas Gerais, Brasil, en el ya lejano año de 1940. Su infancia llena de necesidades. Su padre un exfutbolista, que, por lesión, tuvo que trabajar limpiando baños.
El niño vivía en condiciones tan humildes que jugaba con pelotas hechas de trapos, su sueño era tener una de verdad. Creció y mostró mucha habilidad aún con esa pelotas improvisada. Alguien se fijó y lo llevó al equipo juvenil del “Barrio Atlético Club”.
Se distinguía por practicar mucho cada jugada. Fue descubierto por el Santos FC, y ahí debutó a los 15 años. A los 17 años llegó su gran oportunidad, ¡lo convocaron a la selección brasileña! En el mundial de 1958, marcó 6 goles, y ganó su primer título mundial. Ganó tres más Copas del Mundo.
Finalmente, su nombre quedó en la historia del fútbol: Edson Arantes do Nacimiento, Pelé. El niño que practicaba con una pelota de trapo.