Buenas personas

El amor por la verdad, y no por lo políticamente correcto, por la corriente de pensamiento en boga o por determinada ideología es lo verdaderamente importante.

  • 10 de junio de 2025 a las 00:00 -

Desde que las antiguas familias griegas confiaran a sus niños a los pedagogos para que los llevaran a la escuela se consideraba que el fin principal de la educación era el de formar buenas personas. Si bien es cierto, al lado de los antiguos maestros, se podían aprender rudimentos de matemática, de gramática o de retórica, lo que más se valoraba era que los niños conocieran la importancia que los hábitos éticos tenían para alcanzar la armonía social y, con ello, la felicidad individual y colectiva.

De ahí que, desde entonces, hace alrededor de dos mil quinientos años, se supo, y así lo expresó Aristóteles y lo explicó Tomás de Aquino varios siglos más adelante, que el fin más importante de la educación es que sepamos conocer e interiorizar los conceptos de verdad, belleza y bondad. Los demás no son más que medios, sino es que adornos.

El amor por la verdad, y no por lo políticamente correcto, por la corriente de pensamiento en boga o por determinada ideología es lo verdaderamente importante.

Para eso hay que abandonar los prejuicios, estudiar en serio y no conformarse con las opiniones que vamos escuchando procedentes de diversas fuentes, cuya intención no siempre es recta. Las percepciones, por ejemplo, no son verdades; las hay sinceras, pero no necesariamente verdaderas. Hay que cotejarlas con la realidad para concluir si estamos ante una verdad o no.

Sobre lo bello se ha escrito mucho, hasta concluir que la belleza es cosa de gustos personales. Pero una cosa es el gusto y otra la belleza. La belleza está sobre todo en el orden, en la proporción, en el equilibrio de las formas.

El arte convertido en mercancía ha querido convertir la fealdad en objeto de deseo, pero no por eso ha logrado que el ser humano abandone su aspiración a la contemplación de lo auténticamente hermoso. La educación debe contribuir a que las personas sepamos valorar la belleza y reconozcamos su importancia.

Y, finalmente, el objetivo principal de la educación es que las mujeres y los hombres seamos buenas personas. No hay felicidad personal ni colectiva si no hay bondad.

De ahí que la posesión de valores y el ejercicio de virtudes humanas no puede nunca excluirse de la formación humana, ni en la familia ni en la escuela. Sin valores no hay un norte que guíe la conducta de los individuos; sin el ejercicio de virtudes humanas lo que prevalece es el vicio y todas sus nefastas consecuencias. Clave es que los padres y los maestros tengan esto bien claro.

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