Esto fue hace 40 años, un 28 de octubre de 1983, la Argentina finalizaba una etapa de 7 años de una cruel dictadura producto de los sucesos que concluyeron con una derrota militar en la guerra con el Reino Unido por la recuperación de las islas Malvinas. Era el desenlace faltante y la estocada definitiva para unas Fuerzas Armadas que habían llegado al poder en 1976 con la consigna de recuperar el orden institucional tras la muerte del histórico líder Juan Domingo Perón.
Los primeros pasos luego de casi una década de inexistencia de todo tipo de instituciones democráticas fue la autorización a los partidos políticos de volver a organizarse. Se crearon espacios multipartidarios y el objetivo número uno era la vuelta a una democracia que en la segunda mitad del siglo XX tenía a la Argentina en una alternancia permanente entre largos períodos de gobiernos de facto y breves de gobiernos elegidos por el pueblo.
Tras la muerte de Perón, su partido, Partido Justicialista, ese movimiento fundado en la década del 40, necesitaba encontrar un conductor hacia una nueva época y el legado aún vigente del general seguía golpeando el corazón de una militancia que lo extrañaba y lloraba. Los cuadros sindical, político, laboral, la juventud combativa trataban de ganar espacios para definir las candidatura y se decidió finalmente por la figura de un jurista, Ítalo Lúder, que había acompañado desde la presidencia del Senado el último tramo del gobierno de su viuda María Estela Martínez. La campaña tenía una sola estrategia, que eran los entonces cassette TDK, ya que en todo evento político que se organizaba se reproducían las palabras y mensajes de Perón acumulados a través de sus 30 años de vida militar y política tanto en el país como en su exilio.
Por su parte, la histórica oposición, La Unión Cívica Radical, llevaba como candidato a un dirigente luchador, que supo delinear durante los años de dictadura un diálogo no confrontativo con todos los sectores, revitalizar a su propio partido centenario con la incorporación de una juventud intelectual que, sin dejar de aspirar el control político, miraba la construcción de un país hacia el futuro y no uno que administrara la decadencia. Ese movimiento se llamó la Tercera República.
Tres días antes de las elecciones, el Partido Radical hizo un acto multitudinario que aún está grabado en la memoria de nuestra generación al cerrar su campaña en el corazón del obelisco de Buenos Aires y congregar más de un millón de personas y familias que se acercaban con la esperanza de escuchar a esa persona que les prometía, con solo recitar el preámbulo de la constitución, el inicio de un nuevo paradigma democrático. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, Alfonsín marcaba su defensa absoluta por los valores de la creación de una nueva república y el renacimiento y consolidación de unas instituciones que habían sido vejadas por la dictadura y debilitadas por años.
Ante esta asombrosa manifestación, y con el objetivo de marcar el mismo sendero, el Partido Justicialista un día después convocó en el mismo lugar a su militancia. En la necesidad de marcar los liderazgos de sus sectores internos, el palco de los oradores se convirtió en un ring de boxeo de tirar y jalar para marcar el protagonismo.
Cuando le tocó hablar a uno de los líderes sindicales y fortalezas del partido, de nombre Herminio Iglesias, candidato a gobernar el mayor distrito del país, azuzado por un colaborador que le dio unos fósforos, encendió un cajón mortuorio y una corona con las iniciales de partido opositor y el nombre del postulante radical a la Presidencia.
Si bien el hecho en sí no podía tomarse como un eje toral en la posterior derrota del Partido Justicialista y ni siquiera colaborar con su eventual victoria, esta travesura o torpeza fue interpretada como un mensaje ligado a un terror y una violencia que la sociedad quería, o decía querer, desterrar.
Raúl Alfonsín ganó la Presidencia de la Argentina. Han pasado más 43 años de democracia y, con todas las idas y vueltas que ha sufrido el país, jamás volvieron los golpes de Estado. Su figura rectora devolvió el valor de las instituciones que mal que bien funcionan hasta ahora y logró, gracias a su convicción democrática y republicana, regresar a las Fuerzas Armadas a los cuarteles y ponerlas al servicio de la república y no de la violencia.
Las imágenes mostradas hace unos días en San Pedro Sula, con la imprudencia propia de quien haya sido su promotor, de mostrar ataúdes con la imagen de Libre y del PN reflejan un escenario de luto al que ningún hondureño, más allá de su espacio, pensamiento y sentimiento político aspira. Honduras necesita recuperar su lugar en la región, en el mundo y en el corazón de cada hondureño, ya sea en el país o en el exterior, que aún sueña con un futuro mejor.
Muchas veces, los gurús asesores de la política, en su afán de marcar, como diríamos futbolísticamente, la cancha arman estrategias muy fuera del conocimiento y del sentimiento real del lugar donde están trabajando porque no lo conocen. Lo repito, no sé quién fue el iluminado, pero la verdad creo que se le cortó la luz y aún se debe estar arrepintiendo.
La historia, trayectoria, el sentimiento de cada liberal que ama su liberalismo no puede permitir eso.