Tambores de guerra suenan en Medio Oriente y el humano sucumbe al temor del Armagedón.
Pero la guerra no es extraña al planeta. Según la Enciclopedia Mundial de las Relaciones Internacionales y Naciones Unidas, en los últimos 5,500 años solo ha habido 292 años de paz. Y se han contabilizado 14,513 guerras.
Y hoy por hoy, a nivel global, hay más de 110 conflictos armados en curso reconocidos. De ellos, varios son calificados como guerras mayores (con más de 10,000 muertes anuales), incluyendo guerra en Myanmar. Conflictos en Israel–Palestina, extendidos a Líbano, Siria e Irán. Insurgencias en la región del Sahel (Mali, Níger, Burkina Faso, Chad). Guerra civil en Sudán. Guerra de Rusia contra Ucrania.
Las razones no cambian: ambición, poder, ideologías políticas, religiosas, étnicas, odios ancestrales.
Pensaríamos que los errores del pasado han quedado atrás y los ejemplos de personajes diabólicos de la historia han servido de escarmiento; pero no, todavía hoy el planeta tiene que soportar la amenaza de conflictos bélicos. El ego y la sinrazón todavía obnubilan mentes, distorsionan realidades y crean zozobra.
Este planeta ya no aguanta tanta locura. Cada quien hace lo que se le antoja. Interpretando libre albedrío como liberalidad para hacer lo que se quiere, cuando la palabra albedrío significa realmente “libertad individual que requiere reflexión y elección consciente”; es decir, actuar dentro de los límites de la cordura.
El drama de las guerras ha ensombrecido este planeta desde siempre. Nada la justifica, ni hacerla en nombre de los hombres o en nombre de Dios. Es una aberración del propósito de las civilizaciones.
Las personas ya no quieren soportar el horror de las matanzas, la destrucción, el destierro. Quieren vivir en paz, con la certeza de que no habrá una guerra mundial. Quieren saber que estarán aquí mientras se completa su ciclo natural de vida. Desean tranquilidad en sus existencias. No quieren preocupaciones adicionales a las dificultades de la propia subsistencia.
Los líderes de potencias mundiales deberían interpretar que son representantes de la voluntad de países, no dueños ni reyes.
Y que el poder que ostentan les es delegado temporalmente para ser usado correcta y adecuadamente, no para saciar su ego y drenar su resentimiento. Demasiada soberbia, prepotencia, arrogancia y confrontación confluyendo en esos sitios de poder. Demasiada oscuridad. Allí, la cordura es interpretada como debilidad.
Es la nueva impronta política. Paz por la fuerza.
Una paradoja atroz.