18/04/2024
04:15 PM

Especial clases en línea: confinamiento total y nuevos protagonistas

La educación en Honduras, transformada, supuso un reto para padres de familia. Ahora su papel cobra más protagonismo.

SAN PEDRO SULA, HONDURAS.

Angie Castro maniobra entre el fuego de la estufa, la cocina y la clase de su hijo, sobre las 9:00 am. en una colonia sampedrana. Hace un año, cuando la pandemia del covid-19 no había tocado territorio hondureño, esas horas eran un tanto más sosegadas. Ahora, su resuelto Andrés rebosa del brío que caracteriza a los niños de su edad.

El receso entre las primeras lecciones de la mañana de Andrés, alumno de preparatoria, es disponerse a que su madre sirva el aperitivo. Esta mañana es melón lo que Angie Castro ha servido en el plato. Mientras el niño escuchaba a la maestra, ella montaba el ritual que a veces parece invisible: preparó una mesa, una silla, cortó el melón y acompañó con agua. En tanto, también tuvo que preparar comida para el resto de su familia.

Andrés, saciado con la fruta, rebalsó su barra de energía y está solo dispuesto a gastarla. Cruza nuestra entrevista cuando su madre explica que se relaja después de la merienda. 'Ta, ta, ta, ta', tararea Andrés, a modo de juego, mientras su madre ríe. Una escena que se repite a diario, cuenta la madre de familia.

Episodio I: Especial clases en línea: recreo extendido por alerta de virus

Televisión, celular o incluso cualquier objeto dentro de la sala de la casa son motivo de distracción. Incluso con la asistencia y vigilancia de su madre, quien no descuida cada movimiento. 'Es una pelea con ellos estar así. Ellos se ponen desafiantes. Hay que tener bastante paciencia', relata.

De un momento a otro, Andrés está a punto de recibir su próxima clase. Su madre lo sabe. Él también, aunque no parece significar que quiera apegarse al programa. Es un niño intuitivo y risueño. Su madre levanta la voz y le ordena sentarse de forma correcta. 'Te dije que no quiero', responde el menor, frente a la maestra. Es una situación incómoda y en que sale a relucir el papel disciplinario de la madre. 'Hace caso, Andrés, por favor', repite Angie Castro.

Las últimas clases se toman con menos ahínco. El objetivo ahora es que el día termine y poder volver a ser un niño. Juega frente a la pantalla, se distrae, a consecuencia del cansancio, mientras los minutos parecen extenderse. 'Ahora el papel que los padres y madres estamos experimentando es el de ser maestros', manifiesta Castro.

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En ella se reflejan miles de hondureñas más que, a diario, realizan una faena admirable, considerando que han añadido a su labor de madres y esposas las de tutoras o asistentes académicas. Mientras Andrés recibe sus últimas lecciones, no se despega del mismo sillón, frente a la computadora. A la vez, no descuida lo que ocurre a su alrededor.

Es un niño destacado académicamente, pero permanecer durante tantas horas diarias en un mismo espacio afectará, como a la mayoría de infantes, su estado de ánimo. El confinamiento, según psicopedagogos, es complejo para un alumno menor a consecuencia de factores externos. El salón de clases y su atmósfera están hechos para otorgar un ambiente meramente académico, formador y social; pilares en el desarrollo cognitivo.

Cinco horas de clase no culminan allí. Las asignaciones y tareas se extienden hasta la tarde e incluso la noche. Sin la asistencia de un padre de familia o tutor, la mayoría de los educandos no presentaría sus trabajos. Esta realidad supone un reto profundo en miles de hogares hondureños, donde padres se resisten a que sus hijos pierdan su formación académica. Al igual que Andrés, otros alumnos desean asistir al salón de clases, donde compartirán con compañeros, vivirán de forma intrínseca la acadmia y vivirán experiencias que la sala de un hogar no concede.

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En pleno auge pandémico y sin certezas en Honduras en cuanto a un retorno semipresencial a las escuelas la incertidumbre crece. En las últimas semanas, representantes de escuelas privadas de la zona norte de Honduras informaron sobre su proyecto de retorno, con autorización de entes educativos, pero ese gradual proceso de actividades supone un experimento y representa un porcentaje bajo en relación al número de instituciones educativas del país.

Letargo

Hace doce meses, los portones de las escuelas, colegios y universidades hondureñas se cerraron indefinidamente. En aquel, ahora lejano, marzo de 2020, se anunciaba un cierre temporal precautorio, sin premonición de lo que ocurriría en los posteriores meses de confinamiento y letargo.

El pánico se diseminó en cada sector de la vida del país. Desde cada rincón del orbe llegaron noticias que avizoraban una catástrofe sanitaria, económica, política y social, que finalmente, sin precedentes, llegó y se extendió dejando más incógnitas que certezas.

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El Gobierno de Honduras llamó a un encierro total. La crisis económica generada en el país a consecuencia del virus no tiene parangón. Miles de empleos se perdieron durante los primeros meses de la pandemia en el país. La tasa de desempleo se duplicó, en comparación a 2019 (10,9%), con 445,000 hondureños desempleados, según el Ministerio de Trabajo.

El sistema educativo de Honduras, endeble, a razón de la falta de cobertura en las regiones más remotas y pobres del país, estuvo sin reacción durante varios meses, en suspensión de actividades, mientras se agudizaba una crisis sanitaria que colapsaba los centros hospitalarios y dejaba a miles de familias sin sustento.

Entre vaivenes, Secretaría de Educación buscó paliativos para contrarrestar la deserción en el sistema nacional. A mediados de 2020, autorizaron a docentes del sistema público y privado a emerger, entre la improvisación, para impartir clases en línea, sin un protocolo uniforme.

La implementación tecnológica en el sistema educativo no tiene asidero en Honduras, especialmente para docentes (más de 60,000 para 2 millones de alumnos del sistema público). De allí que, el auge imprevisto de este concepto, genere múltiples interpretaciones como confusiones en cuanto a educación virtual, en línea, educación a distancia y remota de emergencia.

Clases en línea

La educación en línea se define, según el O bservatorio de Innovación Educativa del Instituto Tecnológico de Monterrey, como aquella en donde los docentes y estudiantes participan, interactúan en un entorno digital.

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Alumnos y tutores utilizan las herramientas que internet proporciona para generar ese contacto académico. Aquí la clave será la unión que el maestro logre adecuar a un grupo de educandos. El tutor juega un papel de acompañamiento, más que el protagónico en el salón de clases, a través de plataformas de videoconferencias como Zoom o Google Meets.

Clases virtuales

En esta modalidad los recursos tecnológicos son obligatorios (computadora, celular, tableta, conexión a internet y uso de plataforma multimedia). La diferencia entre esta y las clases en línea que es que los alumnos y docentes no necesariamente deberán coincidir, sino que el tutor dejará los contenidos alojados en una plataforma, que deberá ser descargada o abordada por los alumnos. Sin embargo, son necesarios los mismos recursos digitales.

Educación a distancia

Este ha existido en Honduras desde la década de los 80’, a través del Instituto Hondureño de Educación por Radio, que combinaba actividades a través de formación radial y la presentación de los contenidos o exámenes presencialmente. En la actualidad, este sistema, que ha graduado a más de 80,000 hondureños, utiliza un sistema fluido, aunque más presencial, a mayores de 18 años y alumnos de escasos recursos. En medio de la pandemia, funciona de la misma manera, a consecuencia de la reducida interacción física que la caracteriza.

Educación remota de emergencia

Este concepto nació a raíz de la crisis mundial en marzo de este año debido a la covid-19. La educación se vio ante una situación de extrema dificultad ya que tuvo que adaptar sus métodos en un plazo muy corto para poder seguir impartiendo clases a todos sus estudiantes. El objetivo principal de este tipo de educación es trasladar los cursos que se habían estado impartiendo presencialmente a un aula remota, virtual, a distancia o en línea. Es decir, cada país y autoridades educativas decidirán si aplicar este sistema, que consiste en la presencialidad rigurosa en el apartado de medidas de bioseguridad.

¿Existen condiciones en Honduras para desarrollarlas?

Navegar por internet suele verse en Honduras como una actividad recurrente y normalizada, incluso como distópica a consecuencia de los perjuicios que el mal uso de esta tecnología ha generado, especialmente, en la juventud hondureña. En el transporte público, centros de trabajo, hogares, mercados, ciudades, universidades y escuelas suele verse a las personas haciendo uso de un teléfono inteligente. Obtener uno de gama baja a media podría rondar los 2,000 lempiras (unos 100 dólares estadounidenses), incluso menos, si este es de segunda mano.

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Esto principalmente en las urbes del país, como la capital Tegucigalpa o San Pedro Sula. En tanto, en los municipios y más en las aldeas, el acceso a este privilegio es limitado. En el campo se vive de la agricultura, deprimida en los últimos años a consecuencia de crisis provocadas por desastres naturales, fenómenos ambientales y desacertadas decisiones estatales.

Solo el 40%
De los hondureños tiene acceso a internet (40 de cada 100), según datos de la Comisión Estatal de Telecomuniciones (Conatel). La crisis económica podría haber acentuado esas cifras durante 2021.
Es Honduras el cuarto posicionado a nivel centroamericano en acceso a internet de su población, solo por delante de Nicaragua (36%) y lejos del puntero Costa Rica (87%). Incluso, El Salvador, con el auge que la administración de Nayib Bukele ha inyectado a la educación salvadoreña, supera a Honduras por más del 20%.

Plantear que, en tanto, suministrar al resto de la población sin acceso solventaría la crisis que ahora atañe al sistema educativo sería impreciso, debido a que, incluso ese 40% no cuenta con el servicio adecuado para atender las necesidades del sistema educativo virtual o en línea, porque la calidad de la conexión es insuficiente.

La velocidad de las redes de conexión fijas y móviles, que proveen, especialmente, compañías de cable y telefonía, oscila entre los 4 y 6 Mbps (megabits por segundo), cuando, expertos recomiendan que se requieren al menos 10 Mbps para no acarrear problemas por conexión y que el servicio sea expedito.

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Obtener internet de banda ancha (mayor conectividad) es posible solo para un poco menos del 5% a nivel nacional. Es decir, que solo 5 familias hondureñas, de 100, poseen una velocidad de internet adecuada y óptima para presentar actividades educativas de la nueva era. La mayoría de las empresas nacionales ofrecen el servicio en paquetes diferenciados: el de 10 Mbps, según conoció este rotativo, ronda entre los 1,000 y 1,200 lempiras, aunque esta cifra varía acorde a la región.

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