Pese a los denodados esfuerzos de agencias gubernamentales civiles y militares, organizaciones de la sociedad civil, la Cooperación Alemana y la Unión Europea, la batalla por impedir mayores grados de deforestación de los bosques que aún han logrado resistir los sistemáticos embates de poderosos intereses económicos, estos están ganando velozmente la partida, en lucha desigual en que llevan la iniciativa, en el afán de lucro y obtención de elevadas ganancias de manera fácil y rápida.
A ello deben agregarse los efectos de incendios forestales, plagas e insectos. Ni los parques nacionales ni las reservas forestales están a salvo de ser depredadas para su conversión en pastizales y áreas dedicadas al cultivo de coca y marihuana.
Punta Sal, Pico Bonito, Cusuco, La Muralla, Sierra de Agalta, Azul de Meámbar, Celaque, La Tigra, Sierra del Río Tinto, Montañas de Santa Bárbara, Comayagua, El Carbón, la Reserva del Río Plátano -la mayor de Centroamérica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco-, son afectadas y dañadas por depredadores y pirómanos por igual.
Los bosques más deforestados son los de conífera, latifoliados y manglar. Anualmente se deforestan cienes de miles de hectáreas, provocando la erosión de los suelos, inundaciones, temperaturas cada vez más calientes, pérdida de cosechas, enfermedades respiratorias y oculares y alteraciones del ciclo hidrológico, cancelando por ende el desarrollo sostenible y una adecuada calidad de vida.
La flora y fauna allí existente se van extinguiendo ante la destrucción de sus hábitats naturales, de manera veloz e irreversible.
Y los compatriotas ambientalistas que buscan impedir acciones destructivas son amenazados, perseguidos y asesinados, la mayoría de tales muertes quedando en la impunidad, pues se protege a los autores materiales e intelectuales de tales hechos, siendo el más reciente ejemplo el homicidio de Juan López el pasado año.
La indiferencia colectiva, la ausencia de una conciencia ambientalista contribuyen a ese suicidio ecológico que será heredado a las futuras generaciones, que recibirán páramos, tierras yermas, obligando a importar mayores cantidades de alimentos del exterior, con la consiguiente fuga de divisas, cancelando cualquier intento por autoabastecernos de granos básicos, frutas y legumbres.
Un panorama desolador es lo que nos aguarda en poco tiempo, producto de la apatía y la ambición a costa del bienestar de toda una nación: la nuestra.
¿Será posible revertir tales tendencias o ya es demasiado tarde?