Esas son algunas de las angustiosas preguntas que hasta ahora no encuentran respuesta, prolongando el dolor y sufrimiento de sus familiares y amistades de los 18 compatriotas. Hoy hace exactamente un mes ocurrió el último contacto con la Marina Mercante, mediante el dispositivo GPS instalado en la nave Lucky Lady, en las cercanías del banco de pesca Rosalinda, a más de 200 millas náuticas al nororiente de nuestra costa caribeña. Desde esa fecha no se recibe comunicación alguna sobre el paradero de los navegantes.
La tripulación partió de la isla de Guanaja el 20 del pasado mes para adentrarse en nuestro mar territorial en labores de pesca de langostas, peces, camarones y tortugas, abundantes en los cayos y bancos de Gracias a Dios, sobre los cuales Honduras no ha hecho ejercer verdadera soberanía, pese a pertenecernos, lo que queda consignado en el capítulo II, artículo 10, de nuestra Constitución Política.
Las autoridades hondureñas han informado que la búsqueda de la embarcación se ha realizado en un área de unos 45,000 kilómetros cuadrados, pero que no han encontrado rastros de la nave.
Especulando la posible causa explicativa del profundo misterio que rodea su destino, aventuramos atribuir a un naufragio, provocado bien por choque con arrecifes o por una tromba marina, fenómeno meteorológico similar a un tornado.
El hecho que se ha encontrado el aro de un salvavidas -hasta ahora el único vestigio localizado- refuerza esta hipótesis tentativa.
La incertidumbre crece con el paso de los días; el silencio sepulcral responde con su eco a las múltiples interrogantes hasta ahora sin respuesta, pese a los patrullajes realizados por las fuerzas Naval y Aérea hondureñas y la cooperación de países limítrofes con el nuestro, que no logran ubicar ni pescadores ni restos de la embarcación, resultando en un insondable misterio que motiva múltiples conjeturas, mientras tanto, la espera se alarga, la tensión crece y las preguntas persisten.
Honduras se mantiene en alerta permanente, sin olvidarse de estos trabajadores del mar que levan anclas y zarpan para faenar y llevar sustento a sus hogares, desafiando los embates de la mar, a ratos en calma para luego dar paso
a tempestades que ponen a prueba tanto la pericia de los marinos como la fortaleza de la nave.
El mantener la calma y la fe en un desenlace positivo es la respetuosa recomendación que formulamos a sus seres queridos.