Honduras y su pueblo acudirán a las elecciones nacionales el día 30 de noviembre para elegir al presidente de la república, a los diputados al Congreso Nacional y a las corporaciones municipales. Hemos estado en una campaña electoral cargada de múltiples acusaciones por parte de casi todos los partidos, sobre todo en la elección del presidente, situación que ha creado un clima de alguna tensión que podría inducir a algunos votantes a no presentarse a las urnas por temor a disturbios el día de las elecciones. Las elecciones generalmente se caracterizan por enfrentamientos fuertes en todo el mundo. Sin embargo, a mi parecer, las elecciones transcurrirán tranquilamente, sin eventos violentos significativos y, lo creo firmemente, en ese día el pueblo de Honduras tomará la decisión de qué partido quiere le siga gobernando. Eso es lo lógico y lo esperado en cualquier proceso electoral en cualquier país que se presenta ante sus ciudadanos y ante el mundo como democrático.
Las acusaciones han ido y venido, pero el proceso realmente se ha desarrollado sin señales de que pudieran producirse acciones destinadas a alterar la decisión de los hondureños en las urnas.
Por tanto, este es el momento para que todos los movimientos y partidos participantes hagan un período de exploración y valoración de las ofertas de los candidatos y de las experiencias que muchos ciudadanos tienen de lo que ha ocurrido en Honduras a lo largo de su tormentosa historia, que Rafael Heliodoro Valle la resumió en una lágrima y Roberto Sosa en una gota de sangre. Pero no estamos en tiempos en que los asuntos del pueblo tengan que resolverse mediante la violencia, sea esta interna o proveniente del extranjero. Honduras ha hecho una profesión de fe hacia la paz. Los catrachos saben perfectamente que la paz es el único escenario para ir adelante y superar los grandes problemas que afligen a la mayoría de la hondureñidad.
En la primera mitad del siglo pasado, los hondureños se enfrentaron hermano contra hermano, tal como lo dijo Pablo Zelaya Sierra en su impactante lienzo. Posteriormente, vino la dictadura que se superó con la intervención patriótica de los militares el 21 de octubre de 1956, acción que permitió volver a la democracia mediante la elección de Villeda Morales. Este experimento desgraciadamente se interrumpió mediante otro golpe de Estado, esta vez con un saldo de miles de guardias civiles y ciudadanos de la oposición asesinados y perseguidos y con la instalación de una dictadura militar nefasta, corrupta e incapaz de conducir al país. Un nuevo intento de permitir al pueblo escoger sus autoridades se dio con la elección de Roberto Suazo Córdoba, este presidente permitió que el jefe militar Gustavo Álvarez Martínez implantara el terror, el asesinato y la persecución hasta que el general Walter López Reyes lo expulsó e hizo posible el restablecimiento de un clima de tranquilidad. Por último, el golpe de Estado del 2009 condujo igualmente a la represión con el saldo de muchos compatriotas asesinados y la instalación de un narcogobierno corrupto que fue despojado del poder mediante un proceso electoral.
¿Qué nos queda ahora? Acudir a las urnas y decidir en paz y con seguridad quienes estarán al frente de los poderes del Estado Ejecutivo, Legislativo y de las municipalidades.
Si realmente somos democráticos, el camino es esperar a que el pueblo decida con su voto quienes lo gobernarán. Y para eso todos debemos contribuir a asegurar que el proceso electoral transcurrirá en paz y con pleno respeto a todo lo que manda la ley para que las elecciones sean transparentes y aceptadas por todos.
No necesitamos, los hondureños para decidir nuestros asuntos internos, amenazas externas, señalamientos de funcionarios de otros países, actitudes intervencionistas de organizaciones que no han ocultado su predilección. Cualquier llamado por parte de hondureños a la intervención militar que pondrá en peligro la vida de muchos hondureños y la independencia, como ocurrió en Panamá, en Grenada, en Guatemala, no es más que una traición a la patria, delito que no tiene prescripción.
Lo que vale es que todos los hondureños, en paz, conscientes de que debemos respetar el veredicto del pueblo, aceptemos los resultados, siempre que estos sean transparentes, ya que tuvimos elecciones pasadas recientes que fueron totalmente fraudulentas y creo que ya hemos superado esas mezquindades como para querer desconocer cuál es el deseo mayoritario de los hondureños. No hacer lo correcto nos expone a una guerra civil o que nos unamos frente a un interventor foráneo.