Recuerdo muy bien donde me encontraba el 11 de agosto de 2014 cuando me dieron la noticia de la muerte de Robin Williams. Nos pasa a todos y todo el tiempo; tener bien resguardados en la memoria, aquellos acontecimientos que nos han impresionado.
“La solidez y durabilidad de un recuerdo, están relacionadas con las circunstancias emocionales en las que se ha adquirido”, nos dice el neurocientífico español Joaquín Fuster. Y sí, la consistencia de un recuerdo depende de la carga emocional que lo acompaña.
Solo por poner algunos ejemplos, los que ya andábamos por acá, recordamos dónde estábamos y lo que hacíamos el día que la princesa Diana de Gales sufrió ese terrible accidente en París, también cuando las Torres Gemelas fueron derrumbadas, o cuando Selena Quintanilla fue herida de muerte. Lo recordamos bien porque fueron noticias que nos impactaron y hacia las cuales tuvimos algún tipo de sentimiento (uno muy fuerte) como tristeza, rabia, impotencia.
Ese día de agosto de 2014 el mundo quedó perplejo por la decisión que había tomado ese artista que vivió para hacer reír a ese mismo mundo que ahora lo lloraba. Poco tiempo después la autopsia revelaba y, por lo tanto, explicaba lo sucedido.
Un día como hoy, sucedió que el que el mundo perdió a un gran actor, a un estupendo comediante, a un filántropo y excelente ser humano y para muestra, un botón: Williams estuvo a la cabeza de varias fundaciones y ayudaba a otras más.
Él y su amigo el también actor Billy Crystal, desarrollaron diversos proyectos para ayudar a las personas indigentes de Nueva York (unos 1,500 fueron beneficiados con estos proyectos). Se dice que cuando era contratado para una película, en ese contrato quedaba estipulado por requerimiento del actor, que la producción daría trabajo como extras, a por lo menos 10 personas sin hogar.
En sus proyectos de caridad “arrastraba” con él a muchos compañeros actores, directores etc. Los animalitos también tenían su atención y ayuda. Formaba parte de la fundación Gorila que protege a estas extraordinarias criaturas, su amor por los que son incapaces de valerse por sí mismos siempre estuvo de manifiesto. Ayudaba a los niños con cáncer por ejemplo y a las personas paralizadas.
Era un aficionado (un gran aficionado) al ciclismo, tenía las mejores bicicletas que se puedan tener, unas 87 aproximadamente, luego de su muerte su familia las subastó y el dinero reunido quedó destinado a la beneficencia.
Igualmente, formó parte por mucho tiempo de la USO levantando el espíritu de los soldados norteamericanos. Un señorón Mr. Williams, sin duda.